La mayoría de los colombianos y extranjeros que oyen hablar de las negociaciones entre el Gobierno nacional y las Farc piensan que se trata de llegar a acuerdos para que ese grupo al margen de la ley opte por la convivencia. Sin embargo varios milicianos han anunciado que seguirán en armas y mantendrán sus negocios ilícitos. Son ellos los que operan en regiones cocaleras, como Putumayo.
El análisis de los puntos acordados en La Habana muestra que en el trasfondo de los diálogos, las Farc negocian su incorporación a la vida civil sin cargos judiciales por terrorismo y otros crímenes, derivando la negociación en un albur legislativo ad hoc que definirá el futuro del Estado y la democracia colombiana.
Mientras, según algunos observadores sagaces, el Gobierno colombiano estaría en la encrucijada con el tiempo que plantea Maquiavelo: “El príncipe, por tanto, no puede ni debe cumplir la palabra dada si eso le perjudica y si desaparecieron los motivos de su promesa” Y agrega, “Si todos los hombres fueran honestos este principio no sería válido, pero como son perversos y no mantienen lo que prometen, tampoco uno debe mantenerlo”. Este principio se aplica a los voceros del Gobierno y las Farc en La Habana, y apenas con el tiempo se sabrá quienes obraron de buena fe y cumplieron su palabra, cuando ya un sector importante de los subversivos que maneja grandes recursos mantiene un gran influjo en países gobernados por la izquierda en nuestra región.. No se pueden calcular los efectos de la tendencia a la esquizofrenia política nativa. Se alega en favor de dicha negociación el caso del M-19, cuyos integrantes desde que se desmovilizaron cumplieron a rajatabla sus compromisos de paz.
El repaso de la narrativa bélica resalta que repetidas veces en esa larga contienda, los soldados desalojaban de sus guaridas selváticas o montañosas a los subversivos, incluso con apoyo aéreo, sin poder evitar que los milicianos al poco tiempo retornaran a las mismas zonas, pese a contar con el apoyo de los Estados Unidos y que se crearan varias fortalezas militares en lugares estratégicos de la geografía para mantenerlos a raya. La falta de infraestructura y multiplicad de actividades licitas facilitan la proliferación de los narcocultivos. Por ello los actores armados mantendrán, como lo han hecho durante décadas, el juego del gato y el ratón.
En ningún caso las Farc, una agrupación rural con escaso apoyo citadino, tuvo la posibilidad militar de ganar la contienda ni apoderarse de las ciudades o intentar un golpe de Estado revolucionario a lo Trotsky. Ni siquiera cuando en el gobierno de Samper nuestra Fuerza Aérea carecía de modernas naves de combate y apenas contaba con un par de helicópteros.
Se dice que Santos entró a negociar cuando la derrota militar de la Farc era cuestión de tiempo, dado que los comandantes del Secretariado caían como moscas por cuenta de la acción de las Fuerza Aérea Colombiana. Se prefirió entonces la salida diplomática a la gloria militar de la victoria.