Hugo Chávez, con su generosa chequera petrolera, favorece el ascenso de Evo Morales, uno de los dirigentes de izquierda más radicales y al mismo tiempo hábil negociador y demagogo, quien, como vocero de los indígenas y sus costumbres ancestrales defiende los cultivos de coca. Según su discurso: “Esta hoja de coca representa los cultivos andinos. Representa el medio ambiente y la esperanza de las gentes. No es posible que la hoja de coca sea legal para la coca cola y sea ilegal para otros consumos en nuestro país y todo el mundo”.
Hoy en varios países la coca se emplea en asuntos medicinales y la empleaban los indígenas a los que se refería el político boliviano, la masticaban o usaban en sus ritos sin los productos químicos que la convierten en un peligroso estimulante altamente perjudicial para el consumo humano. El té de coca tiene un uso milenario en Bolivia. Ahora en varios estados de EE UU se permite el cultivo “medicinal” de la marihuana, después de décadas de la prohibición. Algo similar a lo que pasó con la prohibición de producir licor.
Evo consiguió algún alivio para los trabajadores mineros en sus salarios y defendió las cooperativas, como trató de obtener mejores precios de la venta de esos recursos, siendo favorecido por el voto indígena. No consiguió atraer a los inversionistas extranjeros y, al final, desestimuló a los nacionales, siendo un tanto indiferente en materia de programar el desarrollo y mejorar las condiciones de vida del resto de la población. Mientras consiguió un complejo equilibrio con los empresarios de Santa Cruz y al dividir a la oposición se mantuvo imbatible en las elecciones. Se acostumbró al abuso del poder, favorecer a los áulicos y proseguir con todas las lacras del sistema que había prometido combatir. Además se durmió en sus laureles populistas, dado que el modelo no daba un verdadero empujón al desarrollo, así que al caer los precios de las materias primas, aumentaron las críticas y protestas a su gestión, incluso entre los mismos indígenas. Nada de eso le importó a Evo, que se consideraba por encima de la ley, bajo la tutela de sus hechiceros ancestrales que le decían que podría eternizarse en el poder.
Así que en elección para su segundo mandato le hicieron varios cargos por fraude electoral, los cuales siempre negó y que, después de la justa electoral poco se investigan cuando se tiene penetrada la justicia y se persigue sistemáticamente a la oposición. Prevalido de esa manipulación del poder y bajo fuertes sospechas y acusaciones de fraude, siguió impertérrito en el gobierno por 13 años. En la Constitución estaba prescrita la reelección por lo que convocó a un plebiscito sobre el tema y perdió. Sin embargo hizo caso omiso de la voluntad del constituyente primario y en una suerte de golpe de Estado desafió a los bolivianos presentando su nombre con la finalidad de seguir la virtual dictadura en el poder.
Todo indica que conjurado con asesores de otros países socialistas supuso qué, a pesar de su creciente impopularidad, mediante el fraude podía ganar y como todo tahúr confió en que no le verían el as bajo el poncho. En Bolivia, como el voto es manual, para manipularlo mediante recursos informáticos apelan el TREP (Transmisión de Resultados Electorales Preliminares), para escanear las actas de los resultados y enviarlas a un lugar de recuento del escrutinio conforme se avanza en el mismo, a la espera del conteo definitivo. A los sátrapas los pierde la miopía y el rodearse de una fauna de farsantes y aduladores, que ni siquiera tienen en cuenta la insatisfacción y critica en las redes sociales. Así que al peor estilo de algunos pueblos de Colombia donde se va la luz en medio del conteo de votos y se suspende la elección para alterar en horas o al día siguiente los resultados y dar de ganador al que compra el fraude, Evo hizo lo propio.
Pero esta vez los opositores tenían un sistema eficaz para defender el voto limpio y seguir los resultados en el sistema electoral, lo que les permitió detectar el fraude cuando se suspende el conteo escrutado más del ochenta y pico por ciento de los votos y se anuncia lo imposible matemáticamente: Evo gana en primera vuelta. El mandatario con una sonrisa nerviosa anuncia su triunfo, lo que precipita la protesta de la oposición en casi todo el país y la confrontación en las calles.
Son de tal magnitud las protestas que un escalofrío de temor agobia al gobernante. La protesta se torna en poblada e inmanejable. Evo teme por su vida. Se esconde, desconfía de las Fuerzas Armadas y la policía, que no están dispuestas a morir por su causa. Luego acepta la verificación de los resultados por la OEA, incluso hasta repetir las elecciones, pero ya es tarde porque los funcionarios del organismo interamericano descubren que el gobierno puso a votar hasta los muertos.