El atentado terrorista del 17 de enero contra los uniformados de la Escuela de Policía General Santander, de Bogotá, afecta el futuro la nación. El terrorista suicida que ha provocado dos docenas de muertos y 68 heridos ha despertado, en cierta forma, a la aletargada sociedad colombiana en sus diversos estamentos y funciones. El hecho crucial de que en su mayoría las víctimas sean jóvenes estudiantes que han escogido la carrera de servir a la sociedad, de someterse a una dura disciplina y estudios, al servicio de valores e ideales, en un país en el cual impera la ley de la jungla en las ciudades y, desde luego, en las selvas, produce más congoja en nuestro ánimo.
¿Qué sienten? ¿Qué piensan esos jóvenes y los veteranos oficiales de una sociedad que no entiende sus sueños y misión crucial y que les niega el derecho elemental de protegerlos con el fuero militar, no de los atentados, sino de la injusticia con la cual los trata el mismo Estado colombiano? Aquí se aprueban normas para feriar los bienes del Estado para tapar huecos fiscales o que los padres de la Patria puedan ser nombrados ministros y más impuestos extorsivos que golpean muy duro en particular a la clase media, como al pequeño productor o propietario, en tanto se les niega el fuero militar a soldados y policías.
La dicotomía en la que nos debatimos desde cuando el discurso oficial de derrotar a los alzados en armas se modificó por negociar la paz a cualquier precio, que nos condujo a evolucionar a esta especie de trampa o de limbo en el cual se dijo que la paz de La Habana marcaba el fin de más de medio siglo de conflicto armado, en tanto ahora se sabe que siguen agrupados en bandas miles de subversivos, con terrible poder de fuego e intimidación. Se nos olvida la lección que nos legó el presidente Belisario Betancur, quien más se esforzó por conseguir la paz y estuvo a punto de ser juzgado y linchado por los subversivos que asaltaron el Palacio de Justicia, quienes malentendían su discurso pacifista como debilidad del Estado.
Aquí se negocia la desmovilización de los paramilitares, que suelen ser un mal inevitable y son fundamentales en la lucha antisubversiva en los campos y selvas, cuando “Tirofijo” sostenía que al otro día él también se desmovilizaba, según le informaban al entonces comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo, por esas calendas. Al quitarse esa lapida de encima la subversión no se desmoviliza, por el contrario, recobraba nuevo aire y acrecentaba su influencia entre la población civil. Todo lo cual influyó en el mandato pacifista y habanero.
El son habanero y la búsqueda del Premio Nobel de Paz, marcaron el paso del gobierno, con hábiles gestiones para conseguir el apoyo local e internacional. Lo dijimos entonces, que en La Habana estaban legislando y comentamos que nuestros negociadores tenían la tendencia a dar más de lo que les pedían, yendo más lejos que lo autorizado por los gobiernos. En efecto, en La Habana los negociadores de las Farc consiguieron que en el farragoso acuerdo se afectasen más de 200 artículos de la Constitución y se aprobara un Tribunal exótico que parece trabajar en contravía del resto de la justicia, bajo las normas dictadas en La Habana y con amplio apoyo internacional.
El gobierno colombiano capitula en La Habana bajo el aplauso de un amplio sector de la opinión internacional, bendecido desde Washington por Obama, como por la manipulada opinión internacional. Se convoca al Plebiscito, en el que hasta el Papa invitaba a votar por el Sí, cuando el pueblo colombiano demostró que era superior y más intuitivo que sus dirigentes y votó mayoritariamente por el No.
Hoy los colombianos estamos notificados que la paz se quedó en el papel, que las disidencias de las Farc, con sus terroristas más experimentados y peligrosos, pueden atentar contra la sociedad bajo la sigla de otro grupo armado, como pueden hacerlo contra cualquier otro objetivo.
Apenas mentes ingenuas o delirantes pueden sostener que las Farc se entregaban y abandonaban sus lucrativos negocios, después de extender sus sembrados ilícitos por medio país. Cuando ha debido ser a la inversa, qué entregaran antes las rutas y erradicaran las siembras como voluntad probada de paz.
Le corresponde al presidente Iván Duque enfrentar el desafío terrorista, con toda la potencia del Estado, la sociedad civil y el apoyo internacional. Aquí no caben las vacilaciones, ni las medias tintas, ni la retórica sutil. Se trata como en el drama de Shakespeare de ser o no ser.