El socialismo del siglo XXI, creación de Heinz Dieterich, entendido como una etapa superior a los socialismos del siglo XIX y XX, debería ser la panacea de los pueblos de nuestra región en el siglo XXI, como lo diera a conocer entonces el presidente Hugo Chávez, después de toparse al sociólogo alemán residenciado en México.
Al conocerse ambos quedan deslumbrados. Entonces, Heinz, un curtido erudito, se convierte en asesor de Chávez. Ambos consideran qué al derrumbarse la cortina de hierro en la antigua Unión Soviética, por el fracaso económico-social de ese modelo frente a los avances portentosos en casi todos los campos del capitalismo, se da la oportunidad de fomentar el socialismo de siglo XXI en nuestra región, signada por la marginalidad e inestabilidad, como por el atraso político y económico. Lo curioso del caso es que Chávez, gobierna entonces uno de los países más ricos por cuenta de sus inmensas reservas petroleras y otros minerales. Chávez resulta un alumno aventajado del comandante Fidel Castro, que entiende que en Venezuela la revolución ya no se hace con las armas, sino con dinero para ganar elecciones. Y gracias a la ayuda venezolana en metálico, llega Lula al poder en Brasil, como otros demagogos de la región.
Al morir Hugo Chávez y dejar una Venezuela en ruinas, se especula que el socialismo del siglo XXI está herido de muerte. El mismo Heinz Dieterich, señala que ha sido traicionado por los ejecutores del socialismo del siglo XXI, que no le han entendido, siendo que cuando llegan al poder se muestran más codiciosos que sus antecesores y emulan con estos en el saqueo de los países que entran a gobernar.
Los expertos en el tema no creen que este despiporre sea casual, entienden que el despilfarro y el saqueo sistemático, como la destrucción de la empresa privada, buscan empobrecer a todos, para controlar la sociedad. Una sociedad con hambre puede ser dominada por los peores que detenten el poder, puesto que, al someter al pueblo por desnutrición, basta con ofrecerle algo de comida para dominarlo, como el que amaestra un caballo y le da de comer en la mano. Como ha pasado en Cuba por más de medio siglo, donde mediante la hambruna y la fuerza se mantiene la dictadura. Heinz, en su utopía debe sentirse traicionado por el socialismo retardatario imperante en nuestra región y por demagogos como Petro.
Gustavo Petro, quien aspira a gobernar a los colombianos y puntea en las encuestas, pretende abolir mediante impuestos la propiedad privada, así como anuncia que dejara de explotar el petróleo, siendo que la crisis económica y la pandemia en gran medada se han podido sortear gracias a las divisas petroleras. Sin las divisas del crudo, teniendo en cuenta la deuda externa y el déficit fiscal, en un gobierno suyo nos hundiríamos como el Titanic. Sería nivelar la sociedad por lo bajo. Fuera de que cualquiera que sea el signo político del próximo gobierno, deberá sufrir los efectos nocivos de la devaluación de la moneda y la inflación, como entender que nuestras reservas petroleras son limitadas. Además, no olvidemos que como en una ecuación matemática, con el alza de los bienes importados de los países más avanzados nos pasan la cuenta de los recargos petroleros.
Al contrario del decir de Petro, es precisamente en China en donde al seguir los pasos del capitalismo en términos de producción y desarrollo, así sea con una política partidista centralizada, han conseguido dar grandes avances económicos, acrecentar su mercado interno, mejorar su calidad de vida, competir en el exterior y convertirse en potencia. En Colombia, lo que se requiere es fomentar el desarrollo en libertad, explotar nuestra riqueza, aprovecharla para crecer, así como impulsar la empresa privada y multiplicar las oportunidades para que la juventud y los trabajadores ayuden al despegue del país.
Se trata de defender la iniciativa privada y el desarrollismo sin caer en los excesos del neoliberalismo extremo que considera erradamente que los problemas sociales se resuelven solos cuando crecen las finanzas y los ingresos del Estado. No es así, incluso en la cuna del capitalismo vemos como convive la riqueza extrema al lado de la miseria absoluta.
Como lo entendía Álvaro Gómez, es preciso que el Estado intervenga y contribuya al desarrollo, como lo hizo Laureano Gómez, cuando fundó Ecopetrol, Mariano Ospina Pérez con la Caja Agraria y el Seguro Social, ejemplos de buen gobierno con justicia social.