Los colombianos que tuvieron contacto con Álvaro Gómez, en los días anteriores al magnicidio, lo mismo que los que han visto la premonitoria entrevista que le hizo Julio Nieto Bernal, recuerdan que en esos días el estadista planteó la necesidad inaplazable de “destruir el Régimen”. Los contundentes postulados que defendió, pasados los años, siguen vigentes, puesto que el Régimen está más fuerte que nunca.
Sin duda, la violencia que hemos vivido desde hace más de medio siglo tiene que ver con el Régimen ominoso que carcome la democracia y envilece la vida política. Nuestros valientes soldados no han podido aniquilar a los subversivos, por cuanto los agentes del Régimen, intervienen para morigerar su acción o para favorecer el contrario. Vemos como, en medio de la intensidad del combate contra la subversión, se despoja a los militares del fuero militar. ¿En qué cabeza cuerda puede caber que en medio de un conflicto armado pierdan los soldados el fuero militar, para convertirse en la práctica en funcionarios de libre nombramiento y remoción?
Apenas la mística inmensa que tienen algunos militares explica que sigan en la profesión y expongan sus vidas en la contienda aciaga en tales condiciones de indefensión jurídica. Y de ninguna manera tiene explicación razonable que, de continuo y ahora más que nunca antes, se negocie con la subversión a cambio de la impunidad y de beneficios económicos, peor aún ofrecerles a delincuentes comunes adelantos económicos por no matar o delinquir. La impunidad y los avances en metálico, incitan a que otros delincuentes hagan lo mismo y funden bandas armadas para que después los premien. A menos que lo que en realidad se pretenda es fomentar las bandas armadas para incendiar más el país. Eso explicaría la interesante conclusión de algunos estudiosos, en el sentido que las Farc nunca pretendieron tomarse el poder, sino controlar algunas zonas de la periferia para manejar sus negocios ilegales. Y lo mismo se les atribuye a otros grupos subversivos. Y por esa vía siniestra han venido avanzando y capturando grandes extensiones de la periferia del país, en su mayoría sembradas de coca, así como dedicadas a la minería ilegal. A tal punto llega el temible avance de los subversivos que tienen un virtual control del 70% de nuestro territorio.
Claro, la única explicación de estos fenómenos es que el Régimen no tiene color político y se mueve en todos los sectores del partidismo colombiano; por eso mismo Álvaro Gómez sostenía que debíamos destruirlo. Entre los expertos que estudian la violencia en Colombia, existe una casi unanimidad en señalar que gran parte de la misma obedece a los estímulos directos o indirectos del sistema, al punto que en algunas zonas del país los sectores indígenas trabajan por la paga con distintos bandos, puesto que se han acostumbrado a sobrevivir en medio de la violencia y es lo que muchos conocen desde que nacieron. Lo que implica que crezca la amenaza de una posible balcanización del país.
Lo anterior determina, con mayor razón, que se cumpla el llamado de Álvaro Gómez a destruir el Régimen. Como sostenía él, nada sacamos con cambiar presidente, gobernadores, alcaldes congresistas y diputados, puesto que el Régimen podrido sigue ahí, mediante sus complicidades, sin importar su color político, con sus contratistas y su inmensa capacidad de soborno, que en tiempos del inmolado estadista era de millones y hoy es de billones. Sin la complicidad del Régimen los violentos no habrían podido extender su sanguinario influjo por casi todo el país, ni con sus inmensas fortunas permear la política y alterar los resultados electorales, ni tendríamos a un ex agente de la subversión de gobernante.
Y como el líder conservador fue abatido y nadie volvió a hablar o denunciar el Régimen, así como su sacrificio se quedó en la impunidad, hoy estamos en lo político en la peor de las encrucijadas de nuestra historia. Por lo mismo, su pensamiento cobra más vigencia que nunca. Él logra con varios de los dirigentes que escribieron la Carta del 91, reformar la manera de hacer política, lo que produjo en primera instancia que surgieran nuevos dirigentes cívicos y figuras notables. Más, en la siguiente elección, el Régimen se impuso con sus alianzas y dineros sucios, torciéndole el pescuezo a la Constitución y envileciendo aún más la política. Fuera de eso consiguen que los constituyentes no pudiesen ser candidatos en el siguiente mandato, lo que impidió que, con el impulso que llevaba Álvaro Gómez, fuese elegido a la presidencia.