Lo primero que se me vino a la mente cuando confirmé el fallecimiento del ex presidente Belisario Betancur en Bogotá, para definirlo por su talante, su sentido espiritual y existencial de la vida, fue el título de “quijotesco”. Siendo un personaje tan humano y sensible, como un poema de Porfirio Barba Jacob.
Recordé que el ex presidente me había regalado el año pasado, diciembre 2017, precisamente, una edición de El Quijote, con una dedicatoria cautivante: “Para Alberto Abello, quijotesco-cervantinamente, con el afecto de BB”.
Quizás, quizás, por cuanto en numerosas ocasiones, en el cruce de la vida social cuando nos topábamos solíamos hablar de El Quijote, tema que nos apasionaba como hispanistas y por el cual compartíamos el más vivo interés.
Belisario Betancur, hijo de Amagá, una aldea antioqueña de clima cálido, un cruce de caminos, cuando nació en 1923 no llegaba a los 5.000 habitantes. Por lo mismo su padre quiso poblarla y tuvo 21 hijos, de los cuales murieron más de la mitad. Cuando en famosa intervención como mandatario de Colombia en la Asamblea de la ONU, comenta la frustración pueblerina y las aulagas de su familia de arrieros en su juventud, a varios curtidos embajadores se les arruga el corazón y los ojos se aguaron.
El padre de Belisario, como como otros raizales antioqueños, tenía cuatro mulas con las que transportaba productos por las montañas y malos caminos vecinos de la población, que apenas dejaban para engañar el hambre.
La comparación con el Quijote no es sencilla, puesto que Belisario, en cuanto a su biotipo, era un mesomorfo, tenía algo del Quijote y de Sancho. ¿En qué momento prevalecía en su carácter una de las dos versiones cervantinas? Problema psicológico complejo por la lucha íntima de esas dos fuerzas del espíritu que en política pueden conducir al abismo, como hoy está desgarrada España. Belisario consideraba que todo español lleva en su ser la marca de esos dos personajes legendarios. En algún momento de su madurez hizo suya la consigna cervantina en su testamento, caballeros “vámonos despacio” y vivió cerca de 100 años.
Son múltiples las contradicciones aparentes que se observan en personaje tan genuino y puro de la leyenda antioqueña, donde en la voluntad y el carriel, en los dados o las cartas y la peinilla, como en la mente y el ánimo invencible está escrito su destino, que sirve para colonizar medio país. Algún contertulio del expresidente de cuyo nombre me olvidé, comentaba refiriéndose a la capacidad de Belisario, como hombre de acción y de vencer toda suerte de obstáculos, qué si hubiese sido sacerdote, como estuvo a punto de encaminar su vida, apadrinado por monseñor Builes, no le habría sorprendido que llegara a Papa. Y yo pensé, para mis adentros, muy seguramente reformista y lejos del estilo de un Pio XII. Como se sabe, Belisario Betancur, era consultor del Vaticano en asuntos delicados y de política social.
Alguna vez, saltuariamente, comentamos sobre Manuel María Madiedo, valioso escritor colombiano y conservador del siglo XIX, y su política social, antecesor de los progresistas católicos y los socialistas utópicos. Valoraba y conocía de memoria la poesía política y social del maestro Guillermo Valencia, en especial el elocuente poema Anarkos. Con tales antecedentes la amistad con Guillermo León Valencia, el hidalgo de Popayán, hijo del poeta, era inevitable. Ambos conocen de memoria las poesías del maestro y en noches de bohemia literaria y política las recitan. Aquello, tan criticado de “sacrificar un mundo, para pulir un verso”, tiene sentido espiritual y muestra el talante de una época.
Guillermo León Valencia marca el destino de Belisario en política, cuando resuelve lanzar su candidatura presidencial en gesto quijotesco, puesto que las maquinarias políticas y los jefes conservadores estaban en otros bandos. Esa era la estampa viva y legendaria de El Quijote y Sancho, deshaciendo entuertos y enfrentados a los poderosos por los caminos y ciudades de Colombia. Entonces, Valencia, comenta en privado, Belisario, llegará un día a la presidencia por ser el único conservador con una política social capaz de cautivar a las masas. Vaticinio que se cumple varios años después, cuando el hidalgo ya se había marchado de este mundo. Guillermo León Valencia no se queda en la intención, determina el alza de los salarios dominicales, fomenta los medicamentos genéricos y una política petrolera nacionalista.
Belisario, en su cuarta candidatura consigue a pulso los más diversos y contradictorios apoyos, gana con una dialéctica persuasiva gaseosa y sencilla. Su lema “sí se puede” sintetiza su periplo existencial y condición humana de ser un campeón de superar obstáculos.
Su política de distensión y pionero de la paz tiene doble mérito en cuanto ningún “estadista” colombiano la había buscado a fondo, así por desgracia el M-19 la incinerara al asaltar el Palacio de Justicia.