Cuando comienzan a destaparse las ollas podridas del Régimen es preciso recordar que hace más de 20 años, Álvaro Gómez, denunciaba con don profético el poder inmenso de la corrupción en Colombia. Advertía que había gestado la creación de la Fiscalía General de la República, no solamente para que persiguiera a las grandes bandas criminales mafiosas, sino a los delincuentes de cuello blanco enquistados como parásitos en las entrañas del sistema.
Gómez, en magistral intervención destacaba que había “una posibilidad de hacer política limpia” y ligaba esa reflexión a la eventualidad de avanzar a un escenario democrático con los partidos políticos en cuarentena. Para llegar a esto era preciso defenestrar el Régimen.
El inmolado dirigente señalaba: “Hoy no encontramos ese propósito entre quienes gobiernan, legislan o buscan el respaldo de la opinión. Lo que se quiere, en cambio, es la complicidad. Se pretende tener a la gente comprometida por interés. La consideración de provecho personal se impone sobre el bien público. Los propósitos colectivos se vuelven singulares, porque así es como producen beneficio. Cada actuación puede ser una oportunidad de enriquecimiento. El conjunto de esos aprovechamientos, generalmente ilícitos, crea un sistema de connivencias y encubrimientos que se convierte en el factor dominante de toda la vida pública”.
Es así como se engendra lo que se suele llamar el “establecimiento”, lo que llamó el “Régimen”.
Y pone el dedo en la llaga:” Esas asociaciones de intereses creados se mantienen unidas por la complicidad, que es una forma bastarda e impúdica de la solidaridad. Los regímenes logran sortear los anhelos de la opinión pública, sin complacerlos, porque la desprecian, la miden, la cuantifican para reconocer su precio. Su intención es encontrar la manera de sobornarla. Los elementos de convicción que son el instrumento para el ejercicio de la política limpia, son reemplazados por la inequívoca fuerza subyugante del soborno. Con esto no solo se obtienen las complicidades internas en las instituciones, sino la mayoría de votos en los cuerpos colegiados y hasta en las elecciones populares”
Entonces, explica la naturaleza del mal que aqueja la sociedad: “el Régimen es más poderoso y duradero que los elementos que lo integran. A él pertenece, con diferente importancia, pero con igual espíritu de sumisión, el Congreso, los partidos políticos, la burocracia, naturalmente; la prensa oficialista, los grupos económicos más hábiles, los contratistas…El gobierno es dentro del Régimen el gran dispensador de favores, pero, a su vez, es el gran prisionero”.
Recordaba, Álvaro Gómez, cómo contribuyó a limpiar la política al cerrar el Congreso y al propiciar la elección popular de alcaldes, cambios sustanciales que dieron lugar a que surgieran nuevas figuras políticas.
Al poco tiempo el Régimen se recompone y muta, regresan los mismos al Congreso con más poder que antes, al doblegar el sistema municipal y regional a su servicio. ¿De dónde salen los miles y miles de millones de la corrupción regional? Se trata de deslizar la garra abusiva sobre el botín de los fondos que llegan desde Bogotá a las gobernaciones para la salud, para los niños, para obras, contratos o las regalías.
La oscura trama para defraudar el Estado se internacionaliza y aparece la firma Odebrecht con sus grandes sobornos en metálico y el famoso Lula, a cargo del manejo multinacional de la corrupción quien al mismo tiempo daba conferencias sobre buen gobierno. Se trata de corromper el sistema por dentro, en tanto se ejerce la crítica cínica de la sociedad y se promete el paraíso del socialismo del siglo XXI, algo que ni siquiera se vislumbra en los días de dicha conferencia de Álvaro Gómez. Trama que apenas intenta esclarecer la Fiscalía, cuando denuncia los líos de la magistratura: “La manera de manejar los procesos incluía estrategias como manipular información privilegiada. Manipulaban testigos para cambiar versiones; instrumentalizaban a los medios de comunicación para restar credibilidad a los testigos que mantenían sus versiones; desaparecían evidencias, y obtenían decisiones con apariencia de legalidad que favorecieran a sus clientes con la intervención de funcionarios del más alto nivel”.
En los diversos estamentos del Estado se enquistan los microbios de la corrupción a semejanza de los que propagan la mortandad de la malaria en el trópico, tal como lo advierte el notable científico Manuel Elkin Patarroyo, alojados en el hígado van incubando miles y millones de huevos invasores del torrente sanguíneo. Por desgracia, el sabio admite que no existe la posibilidad de desarrollar una vacuna contra la corrupción, así que no queda otra alternativa que la de convocar a las gentes como en los días primitivos al son del tambor y el verbo, con el objetivo de combatir con ardor el Régimen y sus secuaces.