La noticia que dejó conocer en su correo a la media noche del jueves pasado el presidente Donald Trump, en la que informaba al mundo que lo había alcanzado el Covid-19, lo mismo que a su esposa, ha puesto el mundo en vilo. Todos se preguntan, ¿qué pasará si Trump, no sobrevive? ¿Qué pasará con su política de defensa a ultranza de los intereses de su país, para cumplir con su consigna electoral de: primero los Estados Unidos? ¿Qué pasará si la recuperación de la economía de su país, mediante la intervención pragmática del Estado, se torna en una aguda caída por cuenta de la desaparición del controvertido millonario que logró en sus primeros dos años de gobierno recuperar la economía y el retorno de grandes capitales de su país que estaban en el exterior, mediante positivos estímulos para reinstalarse en suelo norteamericano y dieran trabajo a su población? Política en la que tuvo el mayor de los éxitos.
Por otra parte, pesa en el ánimo de millones de seres de todo el planeta la sensación de que la gresca y la polarización de la política partidista en esa potencia no son buena ni para los Estados Unidos, ni para el mundo. Al mismo tiempo, se recuerda que contra Trump se utilizaron todas las armas para desacreditarlo en su duelo con la señora Clinton, que arrancó a la carrera presidencial por encima en las encuestas, donde se daba por descontado que apoyada por su esposo Bill Clinton, dos veces presidente, más ella como Secretaria de Estado, casi de antemano estaba electa en la confrontación con un millonario inexperto en política, quien, inicialmente, no contaba con el apoyo de su partido y debió enfrentar a los grandes cacaos republicanos y derrotarlos para obtener la candidatura presidencial. Trump, deja tendidos en la lona a todos sus contendores republicanos, derrota las encuestas y contradice los cálculos interesados en contra de casi la totalidad de los medios de comunicación de su país.
Cuando se hace irreversible el triunfo del republicano, la mayoría de los analistas sostienen que tiene los días contados como gobernante y que no es capaz de dirigir esa potencia. Entonces emerge a la palestra un gobernante que llama los asuntos por su nombre y abandona la meliflua política de sus antecesores. Clama por recibir un mejor trato de la Unión Europea, que sabe que en parte se creó para resistir la presión económica estadounidense. Denuncia la política de Obama y de la señora Clinton como entreguista y propensa a ceder terreno a la izquierda en el mundo, particularmente en los grandes foros internacionales. Dice que los demócratas apuntalaron los gobiernos de izquierda en nuestra región. No vacila en confrontarse con la ONU, al denunciar que algunas de sus instituciones están copadas por la izquierda internacional. Le pide cuentas a esa Organización por los gastos de Estados Unidos en la OTAN, que no se compensan en cierta reciprocidad en los negocios con Washington.
Entonces, pese al malestar con China, se comienza a sentir la recuperación económica y financiera del país. Las cifras de expansión productiva, muestran casi que pleno empleo, hasta que irrumpe el virus en Nueva York, la capital financiera mundial, donde caen como moscas los contagiados en la gran manzana. Frente a la pandemia se alzó con voz viril la voluntad de Trump, en el sentido de no claudicar y cuidar la salud de todos sin descuidar la economía, a sabiendas que a muchos se los podía llevar el virus. Y hoy el mundo tiembla al pensar que Trump no sobreviva y esa potencia, en manos de demagogos, se desplome.