El Covid-19 acelera la historia porque trajo la crisis generalizada y cuando menos lo esperábamos asoman los colmillos de la revolución mundial, que amenaza hasta la sede del capitalismo en Estados Unidos. Pocos calculan sus alcances, pese a que filósofos de la talla de Federico Nietzsche, en varios de sus libros y escritos presagia la subversión nihilista. Lo mismo que, con posterioridad, se ocupa del mismo asunto Martin Heidegger.
La embestida desestabilizadora que sufren países como los Estados Unidos, donde las masas turbulentas desafían la autoridad y derriban los monumentos de los padres fundadores y personajes como Cristóbal Colon o Isabel la Católica, corresponde al comportamiento nihilista de querer destruir el pasado histórico. Lo que impulsan los socialistas españoles, al falsificar la historia en la que perdieron la Guerra Civil, por lo que profanan el mausoleo en el Valle de los Caídos del general Francisco Franco, en desesperado esfuerzo por negar la historia en la que salen mal librados. Ese malestar nihilista que recorre el mundo es fomentado por la izquierda revanchista, que busca subvertir todos los valores y destruir los vestigios del orden internacional.
Una de los medios de negar el pasado que no les ha sido favorable a los grupos de izquierda es la de atacar de manera despiadada a los grandes personajes de la historia defensores del orden, lo mismo que a los que en la actualidad impiden de alguna manera el triunfo de la revolución. Más sofisticada es la tesis de Antonio Gramsci, que no se limita a cuestionar a los dueños del poder y los agentes de la democracia, sino que convoca a apoderarse de los centros judiciales y culturales del poder y copar el sistema desde adentro. El nihilista niega el pasado y no acepta haber perdido, por lo mismo no puede perdonar a personajes de la talla de Álvaro Uribe, enemigo número uno del terrorismo.
Después de negociar la paz en La Habana y conseguir toda suerte de ventajas para la izquierda, incluso becas parlamentarias sin ganar elecciones, el nihilismo de izquierda penetra la justicia y apuesta por la prisión de Uribe. Es el jefe político que les persigue hasta sus guaridas en las selvas y montañas de Colombia. La mejor manera de combatirlo es la que orquesta Gramsci, desde los centros del poder judicial, al lograr que los jueces del mismo sistema le investiguen con falsos testimonios y, finalmente, en una jugada maestra voltean el proceso en su contra. Mejor si se trata de un caso donde el denunciante es Uribe, siendo acusado de manipular testigos. Es un golpe teatral injusto y de suspenso en su contra que lo tiene hoy bajo arresto domiciliario.
El juicio contra Álvaro Uribe es un morboso caso escandalosamente adverso, donde la verdad procesal poco cuenta, ni se juzga en derecho, el pleito es una caldera política. Uribe acata a los jueces sin sospechar que sus verdugos le quieren freír, no advierte la celada. Las autoridades judiciales que debieran ser imparciales están bajo el efecto del tufillo político nihilista de Gramsci, alientan el juicio más importante del presente siglo en el país bajo las diversas formas de lucha que combaten el sistema amparados en la toga o desde la sombra.
Las fuerzas del orden deben movilizarse en solidaridad con el expresidente Uribe, cercado por el nihilismo revanchista de izquierda, denunciar la injusticia del juicio político y de corte kafkiano del cual es víctima, por lo que le detienen estando enfermo, le exigen una caución absurda y ofensiva. Juicio político, que, por su naturaleza retorcida y objetivos, es de corte prerrevolucionario, el cual apenas se puede conjurar y ganar mediante un denodado esfuerzo por desenmascarar la farsa desde lo político-jurídico.