La situación político-electoral colombiana se torna cada vez más incierta y nebulosa, sin entrar a analizar la variopinta de encuestas, signada por el fantasma del fraude en los pasados comicios, como de la incertidumbre que genera la falta de credibilidad en el registrador Alexander Vega, y las denuncias de dos expresidentes al igual que varias figuras representativas de la política nacional sobre la eventual manipulación o escamoteo de votos en la elección de los congresistas. El entuerto no es nuevo. Colombia dista de ser el epicentro de la democracia Occidental, pese que por el aspecto literario se calificase a Bogotá como la Atenas Suramericana por diplomáticos benévolos en el siglo XIX, debido al prestigio del ilustre humanista Miguel Antonio Caro, desde la presidencia de la República.
Haciendo algo de arqueología histórica recordábamos en estas páginas la desconfianza del Libertador en torno a las virtudes democráticas de nuestros políticos, como de los elementos citadinos prestos a engañar a los del campo. En fin, el fraude ha rondado en numerosas elecciones en Colombia. Aquí y en el extranjero, se fomentaron diversos sistemas para defender la pureza del sufragio, puesto que es allí donde está la clave para legitimar la democracia. La democracia no es más que es un remedo en los países donde impera el fraude.
Pareciera que en nuestra región a cada medida de los gobiernos y la sociedad para promover leyes que garanticen la libertad de los votantes, aparecen vendedores de específicos de todas las tendencias interesados en la compra y venta de votos. En cierta forma, entre los caciques electorales del país de distinto signo político, existe un pacto de no pisarse la manguera, sino más bien repartirse los votos según conveniencia. Y se sabe que algunos de estos tienen tal influjo que mantienen cuota propia en la magistratura electoral, que es de origen partidista y obedece a dichos intereses. Grave falla de la Carta del 91, puesto que esa rama del cuarto poder como la calificaba el Libertador Simón Bolívar, debería garantizar la independencia y trasparencia electoral. Aquí apostamos por un sistema hibrido.
Comentan los “entendidos” que los jurados en algunos casos suelen votar varias veces, que en cada mesa tienen dos formularios con listas donde votan los que en ese municipio sacaron la cedula de ciudadanía, como los que inscribieron allí la misma; lo segundo facilita la trashumancia de los votantes, así como los tarjetones se prestan para llenar vacíos y trucos de diversa índole. La tinta que se usa es común y se borra fácil. Se dan numerosos casos de ciudadanos que llegan a votar y se encuentran con la sorpresa que ya sufragaron por ellos. Las misiones de vigilancia electoral en determinadas circunstancias se mueven a ciegas, pues el formalismo democrático de abrir la votación a la hora señalada, verificar la identidad de los jurados, como de seguir ciertos protocolos del sistema se cumplen, siendo que según explican los expertos los votos de manipulan por los que se ponen de acuerdo en una mesa o en contra del jurado que se descuida o en favor de X candidato.
También cuentan que en la misma Registraduria se da el cambiazo y se producen fenómenos raros, como que en un gran número de las mesas que se revisan los votos favorezcan a X candidato, contra toda lógica matemática. Uno se resiste a creer esas denuncias, más resulta que en diversos enredos se ha probado el fraude en medio de gran escándalo y al final no pasa nada. Por supuesto, un partido bien organizado puede defender en las mesas sus votos.
En otros países, a empresas como Indra las conocen por manipular programas de última tecnología para facilitar el fraude. Se estima que 39 millones de colombianos podrán elegir el próximo presidente de la República dentro de una semana. Y hasta ahora nadie garantiza la sumatoria correcta e inalterable de los votos que aparezcan en el formulario E-14. Observadores internacionales ni expertos nativos saben a ciencia cierta la eficacia positiva o negativa de ese sistema, lo que teje un manto de duda sobre el certamen democrático. Fuera de eso, las investigaciones sobre el desempeño, bueno o malo del registrador, no avanzan como tampoco sobre la naturaleza del contrato y las irregularidades electorales o la trasparencia de la que se ufanan algunos burócratas. Y lo que es peor, sacar al registrador no cambia nada, puesto que los resultados electorales de la elección presidencial que mantienen en vilo a los colombianos dependen en última instancia del software de Indra.