“Fórmulas para detener las turbas en nuestra región”
José Ortega y Gasset, es uno de los filósofos del siglo XX, cuyas ideas siguen teniendo gran vigencia e interés en nuestro tiempo. Ortega escribió en 1926 su famoso ensayo “La Rebelión de las Masas”. En el prólogo a la edición francés decía que: “lo que trata es demasiado humano para que no lo afecte demasiado el tiempo.” Retomando a Hegel, afirma que: “Hay, sobre todo, épocas en que la realidad humana, siempre móvil, se acelera, se embala en velocidades vertiginosas. Nuestra época es de esta clase porque es de descensos y caídas. De aquí que los hechos hayan dejado atrás el libro. Mucho de lo que en él se anuncia fue pronto un presente y es ya un pasado. Además, como este libro ha circulado mucho durante estos años fuera de Francia, no pocas de sus fórmulas han llegado ya al lector francés por vías anónimas y son puro lugar común. Hubiera sido, pues, excelente ocasión para practicar la obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos. Yo he hecho todo lo posible en este sentido “.
Sigue Ortega: “Se olvida demasiado que todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que lo dice alguien a alguien. En todo decir hay un emisor y un receptor, los cuales no son indiferentes al significado de las palabras. Éste varía cuando aquellas varían. Duo si idem dicunt, non est idem. Todo vocablo es ocasional. El lenguaje es por esencia dialogo, y todas las otras formas del hablar de potencian su eficacia. Por eso yo creo que un libro sólo es bueno en la medida en que nos trae un dialogo latente, en que sentimos que el autor sabe imaginar concretamente a su lector y éste percibe como si de entre las líneas saliese una mano ectoplasmia que palpa su persona, que quiere acariciarla -o bien-, muy cortésmente, darle un puñetazo”.
Pues bien, las reflexiones de Ortega, cobran hoy en pleno siglo XXI, renovado interés, puesto que analiza de forma brillante la mentalidad de las masas, quizá cuando por esa misma época Jung se ocupaba del inconsciente colectivo. Las masas irrumpen brutalmente en los años 30 en la política española, con vocación incendiaria que las lleva a quemar conventos y asesinar clérigos por las calles de Madrid y en otras zonas de España, lo mismo que al asesinato de dirigentes conservadores como Calvo Sotelo y de un caudillo nacionalista arrogante y aristócrata como José Antonio Primo de Rivera. Tras el reinado apacible de ese buen señor que era Alfonso XIII, nadie imaginó que irrumpiría la guerra civil, una despiadada orgia de sangre y que España se convertiría en el escenario de los preámbulos de la Segunda Guerra mundial, que fuera de la disputa de las potencias es esencialmente una guerra ideológica.
Esa irrupción de las masas es la que estudia Ortega de manera brillante y novedosa. Por entonces, las gentes se comunicaban en la plaza pública, el mercado y el púlpito, como por la prensa. Hoy tenemos la tele, la prensa, el móvil y las redes globales que son como los tambores de guerra de los aborígenes, que anuncian los hechos y llaman al combate a la multitud.
Sigamos con Ortega, y repasemos unas líneas suyas: “Quería insinuar que los pueblos europeos son desde hace mucho tiempo una sociedad, una colectividad, en el mismo sentido que tienen estas palabras aplicadas a cada una de las naciones que la integran. Esta sociedad manifiesta todos los atributos de tal: hay costumbres europeas, usos europeos, opinión pública europea, derecho europeo, poder público europeo. Pero todos estos fenómenos sociales se dan en la forma adecuada a] estado de evolución en que se encuentra la sociedad europea, que no es, claro está·, tan avanzado como el de sus miembros componentes, las naciones. Por ejemplo: la forma de presión social que es el poder público funciona en toda sociedad, incluso en aquellas primitivas donde no existe aún un órgano especial encargado de manejarlo. Si a este órgano diferenciado a quien se encomienda el ejercicio del poder público se le quiere llamar Estado, dígase que en ciertas sociedades no hay Estado, pero no se diga que no hay en ellas poder público. Donde hay opinión pública, ¿cómo podrá faltar un poder público, si este no es más que la violencia colectiva disparada por aquella opinión?”. Y da la sensación que España involuciona en estos momentos al clima político previo al desgarramiento de la guerra civil, pero -por ahora- sin violencia.
Las anteriores líneas son una verdad de a puño, sin que ese sentir colectivo, deliberadamente no digo conciencia colectiva, pudiese evitar que Europa y el mundo se agarrasen a tiros y bombas en la Segunda Guerra Mundial. Quizá solo lo conservador con política social y al rescate del bien común, elevado a la enésima potencia podrá contener el avance de las turbas en nuestra región, como se lo expresé en días pasados al presidente del Partido Conservador, Omar Yepes Álzate, quien es también lector de Ortega.