Se distinguió Álvaro Gómez por tener una visión desarrollista sobre la necesidad de sacar a Colombia del bache del atraso. No era un conformista, ni entendía la política como un esfuerzo partidista por repartirse la burocracia y abocar los grandes problemas nacionales desde el conformismo de no hacer nada y dejar que los problemas sociales se resolvieran solos. Lo alarmaba la tendencia al miserabilismo de una gran parte de la clase política, que entendía que la política es el arte de deslizar sus sucias garras por el Tesoro Público. Ante todo, fue un incomprendido y audaz reformador, duro e insobornable crítico del conformismo general que tendía desde el poder o la oposición a dejar las cosas sin resolver, como si el tiempo pudiera mejorar lo que los políticos no se atrevían a afrontar. La experiencia le decía que se debían fomentar los pactos políticos con la finalidad de buscar solución a los grandes problemas nacionales, siendo desde ese punto de vista un inconforme.
Rechazaba de plano la tesis manida de que Colombia estaba condenada de manera inevitable al atraso.
Defendía con ardor algunos de los postulados de la Carta del 91, no todos por cuanto él había conseguido adelantar algunas propuestas en dicha Constitución, sin compartir todo su articulado. Entre otros postulados defendía la independencia del Banco de la República, en el entendido, de que esa institución debía cumplir la misión de ser un instrumento a favor del desarrollo y trabajar de consuno con el gobierno de turno.
Por sobre todos los logros de dicha Carta Política destacaba que había conseguido persuadir a varios de los integrantes de dicha Asamblea al apoyo de sus antiguas propuestas de crear la Fiscalía General de la Nación, sin la cual no habría sido posible destruir las poderosas mafias que mantuvieron en jaque al país. Había que dotar al Estado de la fortaleza necesaria para combatir nuestros males crónicos de violencia y criminalidad. Eso se logra en parte por cuenta de la Fiscalía, si bien no siempre la justicia ha consigue rematar su acción.
Resultaba dramático ese esfuerzo, en particular cuando entraba en dialogo con los campesinos del sur del país inmersos en los cultivos de coca debido a la ausencia del Estado en las regiones apartadas, en donde los violentos imponían su ley. Por lo que llegó a la conclusión de que se debía buscar la legalización de los cultivos ilícitos, que, si eso se lograba con el apoyo de la comunidad internacional y de la ONU, se acababa ese negocio. Entonces sería más fácil combatir a los violentos que se lucraban con el mismo y desarrollar la periferia del país.
Estaba por que se elaborara un verdadero Plan de Desarrollo, que no puede ser una simple suma de los diversos rubros del gasto público, como suele ocurrir.
Sin duda, en el momento que se establecieran los parámetros de los sectores productivos que se debían favorecer, el país avanzaría a grandes zancadas, al estilo de los tigres asiáticos, y no se despilfarrarían los recursos. Integrar la periferia al resto de Colombia era su obsesión.
Entendía que restablecer el imperio de la Ley era fundamental para el despegue de Colombia, así como era preciso fomentar reglas de juego para atraer capitales del exterior e impulsar el desarrollo productivo. Su visión de Colombia era de cambio y esfuerzo denodado por sacar a nuestro pueblo del atraso y la miseria, Se trataba de elevar las condiciones de vida de los colombianos, lo que lo enfrentaba a la extrema izquierda que pretendía nivelar a la sociedad por lo bajo.