Los conservadores defendemos el derecho a la vida, pisoteado en Colombia. Lo que se ha convertido en un canto a la luna, en tanto a lo largo y ancho del país, los violentos asesinan civiles, soldado y policías a mansalva. Como los hemos sostenido varias veces sobrepasan de 10.000 los terroristas que combaten por la vía armada a las tropas colombianas, varios entrenados en el exterior y muy bien armados. Las docenas de precandidatos presidenciales de todas las tendencias que espontáneos declaran querer suceder al presidente Iván Duque, poco se ocupan de esos temas. Los unos sostienen que dada la paz del expresidente Juan Manuel Santos, se debe avanzar a acuerdos con los actuales grupos subversivos. Otros están por la represión.
Negociar o no con los alzados en armas es prelación de todo gobierno en busca de la paz y la mayoría lo han hecho en los últimos años con diversos grupos armados. Lo que nunca he compartido es que para conseguir que entreguen las armas terminen de congresistas y cosas por el estilo. Puesto que eso se parece más a una capitulación, ni que los conviertan por arte de magia en víctimas, cuando las primeras víctimas son las familias inermes y los heroicos soldados que ofrendan sus vidas en defensa del orden y el imperio de la ley, tan resquebrajados.
Sin fuero, los soldados están amarrados para ejecutar su misión de defender la sociedad. El caso colombiano de unos uniformados que perdieron el fuero militar por cuenta de un ministro del ramo, que, desubicado de nuestra realidad y normativa legal, así los dispuso mediante una carta a otro alto funcionario oficial, ha sido aberrante. Lo que en su momento critiqué en las páginas de El Nuevo Siglo. Nadie se atreve a exigir en el Congreso que se devuelva el fuero a los soldados de Colombia. Que debe ser más duro y severo, que los códigos penales de los civiles. Sin embargo, existe un fuero no escrito que protege a los subversivos, dentro y fuera del Estado, como inimputables como ocurrió en La Habana. Los que están hoy en el monte respirando a la espalda de los soldados y prestos a eliminarlos saben que sus crímenes pueden ser susceptibles de perdón, olvido y premios. Incitación al negocio de la violencia. Es preciso enfrentar los desafíos de orden público y la gravedad de la anarquía y alevosía del crimen organizado, restablecer el fuero y la justicia militar.
Claro, los protocolos de Ginebra posteriores a la Segunda Guerra Mundial no permiten, como antes se hacía en Europa, que se fusile a los delincuentes civiles que porten armas y atenten contra la fuerza pública, y nosotros somos firmantes de esos acuerdos. Pese a que en algunos aspectos desde el punto de vista de la historia vivimos en la Edad Media y al mismo tiempo en el siglo XXI. Es decir, que no hemos salido del feudalismo, el atavismo comarcal y la violencia. Incluso, lo hemos dicho, también, la representación nacional al Senado, nos ha llevado por involución al pernicioso caciquismo, donde se cargan de oro las alforjas para poder comprar votos y llegar a la cámara alta, así no todos compren votos. El costo de una campaña al Senado, es similar al de una mini campaña presidencial.
El Partido Conservador no se salva de esa premisa, derivado en feudo de los congresistas, cuando de todas maneras sin éstos no sobreviviríamos como partido legalizado y con la reposición de votos. El mal es del sistema, que deja a los departamentos más pobres sin representación en la Cámara alta. Aberración antidemocrática que, de improviso, solamente podría abolir una constituyente. Los congresistas conservadores, en vista de estas realidades sorprenden con una suerte de golpe de Estado dentro del partido, como un club excluyente, violan los estatutos y cierran las puertas de las aspiraciones presidenciales al conservador independiente, y lanzan a uno de los suyos al ruedo presidencial. Lo conozco y es una gran persona, inteligente, generoso, cargado de ilusiones y deseos teóricos de ayudar a la población con créditos blandos, paños tibios y cosas por el estilo. Por ahora tiene dientes de leche, raquíticas posibilidades electorales a la presidencia y muchas de quemarse. El colmo de la anarquía se da cuando hasta los bomberos renuncian a apagar incendios y se vuelven pirómanos.