Una de las características de la campaña y los movimientos del presidente electo Gustavo Petro es que, durante ésta y en medio de la polarización por cuenta de los antagonismos del momento, se movió siempre en lo político. El antiguo combatiente del M-19 que se acogió a la paz, se dedicó de lleno a la política y se mueve en ese campo como pez en el agua. Por supuesto, algunos del establecimiento no entendieron que estaban confrontados a un político y trataron de situarlo en el terreno de la pendencia y confrontación del pasado, para acusarlo de haber pretendido llegar al poder por las armas. Así que la pasada campaña electoral fue más emocional que otras muchas del pasado, por eso peso más el voto en contra o el voto castigo.
Resulta que, al atacar a Petro por su pasado armado de todos conocido, lo que hacían era robustecer entre los inconformes que se trataba de u dirigente que se jugaba hasta la vida por sus convicciones. Así que por esa vía del ataque grotesco lo que lograron fue que un amplio sector de las masas lo viera como un ‘mesías’.
En vano sugerimos que se analizaran y se debatieran y refutaran sus propuestas, siendo algunas de ellas meros globos de ensayo de proselitistas. Lo de dejar de explotar el petróleo y cerrar la lleva de las divisas que nos llegan por esa vía, no pasaba de ser un guiño para los ambientalistas y arruinar el sistema pensional, lo que generaría una desastrosa confrontación social al agravar la pobreza y lesionar el consumo de los que dedicaron su vida al trabajo. En fin, los adversarios de Petro jugaron al descrédito y al insulto, para combatirlo. En eso influyó la carencia de ideas y propuestas de casi todas las campañas.
Por supuesto, la intervención oficial contra Zuluaga que se movía como candidato del Centro Democrático, resultó fatal. Un Uribe, cauteloso, dejó a los suyo en libertad de votar. Así se debilitó Zuluaga y creció Fico. Y como en los demás partidos, liberal y conservador, sus parlamentarios de concentraron en salir elegidos en una contienda de un costo monumental, todos resolvieron a una irse con Fico. Es a todas luces un intento desesperado de aglutinar sectores contrarios por temor a una victoria de Petro. Y Fico despierta un momentáneo interés parecido al que suscita un palo en una carrera que amenaza con superar al primero, es cuando todos gritan y apuestan a su favor hasta que, de improviso, no le alcanza el aliento y apenas consigue ganar en Antioquia, siendo derrotado en el resto del país todos los partidos de centro y derecha. Algo nunca visto en fuerzas tan poderosas que contaban con el gobierno, el dinero, mecanismos de presión y el apoyo de todos los medios de comunicación o casi todos.
Es cuando entra en juego el poder de comunicación de Rodolfo Hernández, quien con ademán desabrochado y ataque hirsuto contra la corrupción gana la opinión de la galería. Entonces los que ayer vivaban a otros candidatos cambian la camiseta por la del exalcalde de Bucaramanga, quien empieza a subir como espuma en todos los sondeos. Nadie sabe en ese momento, ni él mismo, que hará con el poder si gana, como que tiene dudas de si gobernara desde su finca en Piedecuesta o si habitará la Casa de Nariño. Más siendo un empresario competente y exitosos, nadie conoce a ciencia cierta qué hará, ni qué piensa de los más intrincados problemas y conflictos nacionales. Un país que se precia de tener una clase dirigente muy experimentada, siente que se le hunden bajo sus pies las posibilidades de controlar el poder, y desespera.
Entonces viene la hora de la catarsis y es Petro el que hace de sumo sacerdote de la ponderación. Recibe y atiende a los dirigentes de los partidos que acaba de derrotar, como Álvaro Uribe, quien, entre otras cosas, no se juega a fondo en la campaña y deja que los suyos se confronten entre sí, por lo que no se le puede atribuir gran responsabilidad en la derrota de su partido, quizá, por paradójico que parezca, más bien peso más su ausencia en la contienda electoral. Y para el aggiornamento del comienzo de su gobierno Petro saca dos nombres con peso propio en la política. Álvaro Leyva, campeón desde los tiempos del gobierno de Belisario Betancur de la vía pacífica por la paz. Y José Antonio Ocampo, profesor de la Universidad de Columbia, uno de los hacendistas más inteligentes y capaces en el ámbito nacional e internacional. Ninguno de los dos necesita presentación.