En estos días de demagogia socialista y anarquista por cuenta del inquilino de la residencia presidencial, de abusos de toda índole, de excesos por cuenta de la vicepresidenta y de varios de los recién llegados al poder, así como de destituciones de los mejores oficiales y pretender incorporar guerrilleros al cuerpo castrense, se convierte en una noticia altamente positiva que las altas cortes por fin hacen justicia en el caso de la dirigente política y exsenadora Nancy Patricia Gutiérrez, quien había sido privada injustamente de la libertad, acusándola de ser agente clave del paramilitarismo, por elementos al servicio de pérfidos intereses. La rectificación judicial del caso y la condena a la Nación por varios millones como reparación, habla muy bien de nuestros magistrados y de la justicia colombiana, donde finalmente se impuso la verdad.
Así como condenamos la corrupción y los delitos que cometen algunos funcionarios públicos, es muy grato celebrar que se haga justicia a una dirigente política cuyo único “crimen” fue lealtad con su jefe político Álvaro Uribe. La justicia debe resplandecer por su objetividad e imparcialidad, más en estos momentos en los cuales el gobierno Petro parece recrearse en el marxismo anacrónico y fracasado del siglo XIX. La cosa política se ha degradado tanto en nuestra región, que mientras otras naciones más avanzadas se integran y logran grandes acuerdos económicos, aquí las gentes votan por modelos caducos de la política de corte castrista. No les importa que esas tendencias retrogradas del socialismo lleven a los pueblos, incluso a países como Argentina a involucionar y fracasar, al punto de hundir la industria nacional.
El anacronismo irracional está de moda. Petro pide en Berlín que restablezcan el famoso y ominoso muro, desconociendo el estruendoso fracaso del comunismo en la Alemania Oriental, que nunca despegó, mientras la Occidental en democracia crecía y se convertía en referente de la libertad y el bienestar. En las Naciones Unidas pretendió ensayar otra de sus sonatas y consiguió un rechazo casi general, por lo que sus asesores de prensa resolvieron agregar los aplausos al presidente de los Estados Unidos, como si fuesen para el colombiano, con lo que hicieron más penosa la rechifla y el fiasco en la ONU.
Nada le importa, que la denominada por Churchill Cortina de Hierro se desplomase, precisamente, por cuanto ese modelo termina por empobrecer más a al país y los proletarios. En los Estados Unidos se le atribuye al presidente Kennedy considerar que el comunismo se implantara en Cuba sería el mejor antídoto contra el mismo cuando nuestros pueblos tuvieran esa vitrina de fracaso y miserabilismo colectivo. Por el contrario, nuestra región está plagada de demagogos de izquierda. Hoy el presidente Petro no se cansa de tergiversar los fracasos de la revolución cubana, para atribuirle los mejores logros. Pretende que imitemos el sistema de salud de ese país, donde escasean las medicinas. También propone que en Colombia se deje de explotar el petróleo, cuando es elemental que cada país busque sacar partido de la riqueza natural para su desarrollo y bienestar, puesto que la economía debe estar al servicio del hombre y no a la inversa. Desconoce que el sistema de salud colombiano es reconocido por organismos especializados y revistas como The Economist, entre los diez primeros del mundo.
Tenemos médicos de los mejores y especialistas que compiten con los de países avanzados, lo mismo que algunas de nuestras clínicas. Contamos con científicos de nivel mundial, como Reynols Pombo, padre del marcapasos que tantas vidas ha salvado en nuestro planeta. En nuestros hospitales atienden con la medicina prepagada o de urgencias, tanto al pobre como al rico, al millonario como al más menesteroso. Esas son conquistas de la democracia y la libre competencia, que hay que defender con ardor, como la vida misma. Lo que se pretende aquí es politizar el servicio de salud, establecer una especie de comisarios que decidan la suerte de los enfermos y quizá, cuando no se les debe brindar apoyo médico. Es perniciosa y absurda la política oficial de asfixiar económicamente a las EPS.
La democracia y la libertad no son un regalo, cada generación debe luchar cuando esos valores peligran.