En algunos países zarandeados por el Covid-19 se eclipsa la democracia y falla la división de poderes; los gobernantes improvisan su acción inusitada y sorpresiva o toman decisiones contrapuestas. El Primer Ministro inglés, Boris Jonhson, inicialmente deja actuar al virus, mientras la sociedad genera anticuerpos, hasta que él se contagia, es hospitalizado y lucha por su vida. Al recuperarse apela al confinamiento parcial sin descuidar la reactivación de la economía. Lo anterior demuestra su compromiso realista con la sociedad, donde cambiar de estrategia sobre la marcha es fundamental para superar la crisis.
Pocos gobiernos en Occidente estaban preparados para enfrentar un mal que se propaga fatalmente por el mundo. Los países nórdicos, junto con Alemania y Angela Merkel, improvisan, aplacan el virus y estimulan la economía. Nueva Zelandia y otros como Taiwán, al enterarse de la tragedia en Wuhan, informan a las autoridades sanitarias de la OMS, que desatiende sus llamados; protegen a sus habitantes y salen indemnes, con apenas una docena de muertes. Algo similar se da en Singapur, Hong Kong, Vietnam, Corea del Sur y Japón. Países fronterizos o en relación con China, unidos en la voluntad política de combatir la pandemia se ocupan de los viajeros procedentes de China, que fueron contenidos y escrutados en los aeropuertos y en las fronteras, con seguimiento a quienes habían ingresado antes de conocerse el peligro del contagio mortal. Localizan a los eventuales o posibles portadores del virus, como a la gente y lugares que frecuentaron, sin tomar decisiones a ciegas. Entendamos su ejemplo. Recordemos que en la misma categoría ejemplar de derrotar la pandemia y con honores, está Medellín.
En Colombia transcurrieron dos meses de información sobre lo que pasaba en Wuhan, como en Italia y España o en Estados Unidos, sin reaccionar, ni cerrar los aeropuertos, sin estricta vigilancia a los viajeros, por lo menos medirles la temperatura. Conocido el virus en Ecuador, siguió abierta la frontera. Para no hablar del caso de los inmigrantes desvalidos de Venezuela, ni el azote amazónico por Brasil. Por fortuna, algo recuperamos de atención sanitaria.
Al acuartelar la población como en la Edad Media, sin aislar enfermos, el hacinamiento colectivo propaga el virus. En lugares cerrados la enfermedad se desarrolla implacable. Mandar a casa la manada es riesgo mortal. Un solo infectado contagia a todo el personal de un hospital en Sudáfrica. En España, bajo régimen socialista, investigan a los ancianatos donde dejaron morir a los enfermos sin asistencia médica o aplicándoles inyecciones letales. Aquí, denuncian la criminal eutanasia contra los abuelos. Alfonso Gómez Méndez analiza la feroz paliza a un abuelito, por desquiciados uniformados, así como la trascendencia de estadistas mayores como Churchill en la historia.
El sistema sufre el ominoso eclipse de la democracia por cuenta de la pandemia. Se gobierna por decreto, bajo tutela del ministro de Hacienda y el de Sanidad, con el comodín del Congreso virtual, sonrientes por la popularidad presidencial en las encuestas al ocuparse por televisión de la crisis. Con tal favorabilidad, el talentoso presidente Iván Duque podría convocar a integrar el país con la periferia expósita, sembrar ocho millones de hectáreas de bosque y hacer desarrollo como en Brasil, producir, abastecernos y exportar. Trasformar a Colombia y generar riqueza.
Al degradar la libertad, la democracia, y sus instituciones resbalamos por la pendiente del descalabro económico al abismo. El plan Marshall se desvanece en la raquítica ayuda social, ocasionales desvíos, abusos, politiquería, vanidades y alcaldadas, cuando podríamos enderezar la historia al seguir con grandeza la vía desarrollista del general Rafael Reyes y el modelo planteado por Álvaro Gómez, ambos notables estadistas.
...