El señor presidente Iván Duque, en ceremonia que se cumplió en días pasados en la Universidad Sergio Arboleda con ocasión del centenario de su fundador Rodrigo Noguera Laborde, recordó los días en los que solía acudir a clases y las charlas con sus maestros y condiscípulos, con nostalgia y buen humor.
Esa etapa en la cual la formación humanista le ha servido para templar su carácter y mantener y defender los valores que le inculcaron. Lo que lo llevó a proclamar que estaba por derrocar el régimen de la corrupción. Lo que no sorprendió a la audiencia dado que se recuerda la afinidad que el gobernante mantiene con el pensamiento de Álvaro Gómez, que, en el final de su carrera en un esfuerzo intelectual formidable, plantea que la política como tal dejó de existir en Colombia. Por cuanto al prevalecer el Régimen, mediante el soborno y la compra de votos se manejaban las elecciones, lo que determinaba que no se hicieran grandes, ni innovadores planteamientos en política, por cuanto al contar los grupos de poder con el voto cautivo y la compra de los sufragios para ganar elecciones, no tenían que hacer el esfuerzo de convencer a nadie el día de elecciones.
Esto en un sistema en el cual, mediante la reposición de los fondos electorales, los sectores corruptos se garantizan oficialmente el apoyo estatal en dinero contante y sonante. Es decir, que la corrupción cuenta con la garantía del Tesoro Público, puesto que el régimen ha conseguido volcar a su favor no solamente los dineros de la corrupción, sino contar con los recursos oficiales que se reparten a los partidos y movimientos para evitar que el dinero de los sobornos tuerza la voluntad de los ciudadanos. Lo que muestra cómo las mejores iniciativas para limpiar la política fracasan por cuenta de la audacia sin límite de las bandas de la corrupción.
Álvaro Gómez se proponía despertar la conciencia de los colombianos, convencido que la gran mayoría de los ciudadanos son gentes cívicas y respetuosas de la ley. Las cuales han desertado de la política en cuanto el descrédito ronda por los diversos estamentos sociales que tienen que ver con lo público y el ejercicio del poder. Decía que los maleantes del régimen ensucian la política e intentan enrocarse para impedir que las gentes de bien arriesguen el pellejo participando en política. Lo que ha pasado en algunos casos en la elección de alcaldes y gobernadores, donde son pocos los dirigentes cívicos que se le miden a captar el favor popular. Por lo tanto, como contrapartida se proponía convocar a los mejores para dar la batalla contra el régimen. Al tiempo que proponía una política riesgosa y desafiante para combatir un sistema que era amorfo, que no tenía jefe, el cual se amparaba en el anonimato oficial y de los grupos de poder para eternizarse en el mismo.
Por entonces, la gente del común solía saludarlo en la calle y manifestarle su solidaridad. Algunos le pedían cita para contarle de casos en los cuales funcionarios del Estado estaban comprometidos en negocios ilícitos. Él les explicaba que cuando se constituye un régimen podrido como el nuestro, el resultado inevitable es la irresponsabilidad colectiva y la complicidad general. Lo que forma parte del objetivo de los que se valen de su influencia para asaltar los fondos estatales y torcer la voluntad popular. Es la relación entre el agente culpable y la comunidad que lo tolera, que, incluso, en ocasiones aplaude su influjo nefasto.
Por esta relación subterránea del poder corrupto en Colombia resultaba insuficiente derrocar el gobernante o defenestrar el Congreso, como se hizo con los legisladores de 1991, el régimen se sobrevivió así mismo. Se consiguió llevar a los líderes cívicos y gente nueva a las alcaldías, más después se organizaron los caciques políticos y se tomaron las gobernaciones y las alcaldías de casi todas las ciudades de Colombia. En consecuencia, sin acabar de limpiar todos los establos del régimen, pese al cierre del Congreso, el régimen en las elecciones sucesivas se fortaleció más que nunca antes.
Álvaro Gómez, en el combate contra el régimen, consigue en poco tiempo despertar la conciencia colectiva. Despertada ésta era posible derrocar el régimen. Por esa razón lo mataron pero sus ideas siguen ahí, un tanto expósitas. Más no del todo, el presidente Iván Duque, manifiesta su disposición de derrocar el régimen, precisamente como un homenaje a su maestro. Por eso, explica, que ha decidido hacer una política distinta, con “una verdadera independencia de las instituciones, donde lo que medie entre las instituciones sea la capacidad del propósito patriótico y no las canonjías por debajo de cuerda para tratar de cobrar victorias dela democracia”.
Duque ha demostrado que se puede trabajar con el Congreso sin repartir mermelada. Lo cual le da una gran respetabilidad a su gobierno. Al tiempo, que debe contar con el respaldo popular para llevar esa política a todos los rincones estatales e impedir que a sus espaldas los agentes del régimen se lucren. Ese es su gran desafío histórico.