Los sacerdotes católicos y de la Compañía de Jesús libran frente a la dictadura de Nicaragua una lucha justa y heroica por la defensa del derecho, la democracia, la libertad religiosa y la dignidad nacional. Los jesuitas gozan del afecto, respeto y admiración del pueblo nica, así como sus adeptos civiles sufren persecuciones, cárcel y son víctimas de numerosas injusticias y detenciones arbitrarias.
El presidente Daniel Ortega, pese a que hace años dejó la vida guerrillera y declara aceptar las reglas de juego de la democracia, ha ordenado sin fórmula de juicio la persecución y encierro de numerosos clérigos y de sus seguidores civiles. Fuera de la prisión injusta suceden los insultos, golpes y amenazas a los parroquianos cuando van a misa. El miércoles pasado, los nicaragüenses se enteraron de la notificación oficial de desconocer la personalidad jurídica de la comunidad de San Ignacio de Loyola, así como de expropiar sus bienes, la prestigiosa Universidad Centroamericana y varios colegios y centros de enseñanzas y de ayuda a la población.
La ministra de comunicación María Amalia Coronel oficializó la decisión, tal como sale en el Diario Oficial. Allí se condena, sin argumentos, a los jesuitas por defender el derecho a la libertad de la población, el derecho a elegir libremente a sus gobernantes, así como a practicar su religión y expresar sus ideas. En meses anteriores, numerosos políticos y directores de medios de comunicación fueron detenidos o expulsados del país, ejemplo fehaciente de cómo se pisotea la libertad de prensa. La dictadura no tolera que los discípulos de los jesuitas reciban la mejor educación superior y se les inculquen los valores cívicos de la democracia en el país. El cristianismo en Hispanoamérica está de luto por semejante atentado contra sacerdotes inermes, que se sacrifican por el prójimo y enseñan a pensar y querer a su país a los habitantes sin importar su condición social.
El papa Francisco, jesuita, nacido en Argentina, está consternado por lo de Nicaragua. Lo curioso y contradictorio es que Javier Milei, el candidato libertario que puntea en las encuestas en la nación austral, también se lanza con esquizofrénica agresividad contra el Santo Padre, al que acusa “de ser el representante del maligno en la tierra, ocupando el trono de la casa de Dios. El papa impulsa el comunismo con todos los desastres que causó. Eso va contra las propias sagradas escrituras”.
Y, malinterpretando la Biblia, intenta condenar al Papa, lo mismo que a los jesuitas por sus avances a favor de los humildes, olvidando que la doctrina de Jesús se afinca, precisamente, en el apoyo de los olvidados de la tierra, incluso de los esclavos para liberarlos espiritualmente.
Daniel Ortega y el sureño Milei, con sus posturas extremas contra el Papa y contra la religión católica, por parte del comunista nicaragüense y el fanático neoliberal argentino, hasta ahora sorprendentemente exitoso en las urnas, muestran como ninguno de ellos tiene razón en sus exaltados ataques. En realidad, el comandante nica pretende seguir una secta a cargo de su esposa y ambos obedecen a posiciones esquizofrénicas de la política, que los llevan a trasladar su visón perversa del mundo a la contienda partidista y atribuirles a los prelados de Roma la condición de enemigos personales de ellos y de su país. Nada más alejado de la verdad.
La lucha que libramos los partidarios del orden y las ideas conservadoras se funda en la defensa de valores eternos. Así no compartamos algunas de las afirmaciones del papa Francisco, le entendemos y respetamos, en cuanto tiene deberes y compromisos de doctrina con millares de católicos del mundo y, en particular, con los humildes. También, entendemos la postura esquizofrénica de Milei, que confunde al enemigo y pretende declarar la guerra al Vaticano, lo que muy seguramente le va costar perder el voto de los católicos creyentes y pensantes.
Aquí, estamos firmes en la lucha conservadora por el derecho, tal como lo plantea von Hiering, en su famoso ensayo. Por lo mismo, defendemos la democracia, la libertad, la propiedad, la familia, la tradición y propiciamos la revolución del orden y la justicia social. Estamos con las ideas sobre el Estado del Libertador Simón Bolívar, como del insigne estadista Rafael Núñez y las que defendió, con tanta lucidez y ardor, Álvaro Gómez, denunciando el Régimen e invitando a destruirlo.