En Hispanoamérica se viven tiempos de turbulenta marea roja, crisis, asalto de las turbas callejeras contra los monumentos, los buses, el Metro, la policía, los comercios y los símbolos del orden legal o gubernamental, incluso los particulares y sus viviendas. Algo que no es nuevo, pues los estudiantes de la Pedagógica en Bogotá llevan décadas y sucesivas generaciones lanzando adoquines y desafiando cada cierto tiempo a las fuerzas de policía que intentan proteger la zona. La Universidad la habrían podido trasladar hace años para neutralizar la amenaza, más ninguna autoridad se decide a hacerlo y el tufillo turbulento sigue ahí, como muestra de la desidia oficial.
Álvaro Gómez Hurtado tenía un valioso y audaz proyecto macro para convertir la Universidad Nacional en el centro de la inteligencia y transformación tecnológica del país, con ingenieros, químicos, matemáticos, economistas, en fin, expertos de alto vuelo para hacer la transformación industrial y ponernos a la cabeza de los más prósperos países en la región, lo que tenía que ver con el Plan de Desarrollo y la confianza que tenía en la inteligencia de los colombianos de la más diversa condición social, para cumplir un papel similar y aun superior en algunos casos al de los tigres asiáticos.
Sin esos profesionales de óptima calidad, con una formación excepcional, no es posible hacer desarrollo en grande como el que necesita Colombia. El mejor ejemplo de la calidad de los ingenieros que se forman en la Universidad Nacional es el de Luis Carlos Sarmiento Angulo, un brillante estudiante que ocupó el primer lugar, se graduó y salió de allí cargado de conocimientos y ambición, sin un peso en el bolsillo a buscar fortuna y fundar una empresa de construcción. Peldaño a peldaño logró avanzar, no sin vencer enormes obstáculos, hasta crear un formidable emporio financiero, que genera miles de oportunidades y miles de empleos en el país.
Al contrario de lo que alegan los agitadores de la izquierda en contra de los empresarios de bien, lo que Colombia necesita son profesionales talentosos, de esa calidad y capacidad para superar el atraso y el drama social que sufrimos. Así que la meta de la Universidad tecnológica debía ser la de producir varias generaciones de profesionales de esa condición excepcional, como la de formar dirigentes capaces de multiplicar la riqueza colombiana y convertirnos en una potencia.
Como lo dijo cientos y quizá miles de veces el estadista Álvaro Gómez, un país sumido en la violencia está condenado a la frustración, así los que desangran el país y atentan contra el orden y el desarrollo sean una ínfima minoría. En su lucha denodada contra el Régimen, que fue una suerte de campaña admirable de corta y electrizante duración, estaba implícito su afán por avanzar con rapidez por el camino del desarrollo, en donde Colombia debería ocupar un primer lugar. Frente a la violencia endémica, en particular en los campos, avanzaba en la idea de crear una fuerza militar especializada, quizá de unos 20.000 efectivos, escogidos entre los mejores de cada arma. Los más competentes y con mayor mística y amor a Colombia. Esa fuerza selecta tendría la misión de acabar con la violencia periférica. Debían contar con inteligencia, aviación, infantería de marina y todos los elementos bélicos para acabar y someter en poco tiempo a los violentos “persiguiéndolos hasta en sus madrigueras”, recuerdo que le decía al general Bedoya. Hoy esos proyectos restauradores del orden de Álvaro Gómez tendrían más posibilidades de triunfar con el apoyo tecnológico de drones, satelital y otros inventos. Es de reconocer, que en gran medida el expresidente Álvaro Uribe, desde su propia óptica y experiencia, durante sus dos mandatos dio la batalla y consiguió quebrantar la moral y la capacidad de combate de los subversivos, reduciéndolos a la defensiva, el terrorismo o replegarse a sus campamentos. Siendo ministro de defensa, Juan Manuel Santos, cuando el estado mayor de las Farc se refugia en Ecuador, durante el gobierno de Rafael Correa, son bombardeados. Situación similar a la que se vive hoy en la frontera con Venezuela.
Hoy se nos plantea a los colombianos el mismo desafío que se le planteó a Álvaro Gómez, luchar por restablecer la paz y hacer desarrollo. Tema que algunos precandidatos de pasarela no abordan.