La lucha electoral en las elecciones pasadas al Congreso y la presidencia de la República se caracterizó por una feroz competencia de insultos, el personalismo, la repetición de lugares comunes, la degradación de algunos de los contendores que, sin ideas ni propuestas para convocar a la población para aspirar al cargo, se dedicaron a recorrer el país y hablar pestes en los medios para animar al auditorio, en algunos casos con resonancia en las redes sociales.
La aciaga división de la derecha, la falta de una propuesta positiva para responder a las necesidades de cambio de la población y el desafío de ayudar a los humildes con hambre que se calculan en unos 22 millones de personas, resultaron fatales. Eso influye de manera perniciosa en la derrota de la derecha en Colombia, apenas comparable a la caída del conservatismo en tiempos de Miguel Abadía Méndez. Algunos neoliberales extremos insisten en aducir que los problemas sociales se resuelven solos, en tanto crezca la economía. No tienen en cuenta que las estadísticas yerran cuando dividen a los de arriba con los “nadie” de abajo, lo que da como resultado unos supuestos ingresos de estos últimos dentro de la masa de la población que en realidad son inexistentes. Por eso, Winston Churchill, comentaba que para mentir nada mejor que apelar a las estadísticas.
Precisamente, muchos se preguntan por qué razón teniendo un tan positivo tratado de libre comercio con algunos países más avanzados, el nuestro en ciertos aspectos se desindustrializa o merma en su avance industrial y productivo. Resulta que en algunos campos negociamos mal y no defendimos asuntos esenciales para el desarrollo del país. Entidades como el IFI, la Caja Agraria, el Banco Popular, el Idema y muchas más, desaparecieron dentro de los nuevos esquemas y exigencias del modelo de libre comercio que asumimos. Al romperse el Pacto Cafetero, la Federación de Cafeteros, con el sistema cooperativo más importante de la región, que tanta importancia tuvo en tiempos de Jorge Cárdenas Gutiérrez, que impulsó tantos proyectos productivos y decisivos para el desarrollo nacional, languidece. Sin esos instrumentos para impulsar la economía, hacer desarrollo en un país rezagado se hace cada vez más costoso y complicado.
Y, por si fuera poco, el Plan Nacional de Desarrollo, impulsado por el estadista Álvaro Gómez Hurtado, que como su nombre lo indica pretendía impulsar el esfuerzo del Estado y loas particulares, se convierte en la suma de gastos en ciertas áreas sin cumplir su objetivo de fortalecer la economía. Y sin desarrollo, el combate contra el atraso y la pobreza se pierde. Esa situación negativa y el retorno a país que vive de exportar minerales y materias primas agrava la situación.
Se suma a esa situación de reducirnos a exportadores de materias primas de manera legal y clandestina, la pérdida de soberanía en el 70 por ciento del territorio nacional. Como no hemos sido capaces de sembrar 6.000 u 8.000 hectáreas de bosque en esas zonas periféricas, que fomentarían el desarrollo, ni de implantar la soberanía nacional, se enquistan allí los cultivos ilícitos y la explotación clandestina de minerales.
Sembrar de bosque productivos redimiría esas regiones, en donde tenemos sol, agua y la tierra apropiada. Habría millares de empleos y millones y millones de ganancias. Para mantener la seguridad se requiere allí de unas Fuerzas Armadas, que garanticen la paz y el orden. Esa situación pasa por un esfuerzo de alta política del gobierno de Gustavo Petro, por llegar un acuerdo de paz con los agentes armados de la revolución en los campos y los ex paras, donde se les trate por igual en todos los aspectos de la negociación. Esa paz debe ser garantizada por unas Fuerzas Armadas apolíticas, profesionales, respetables y unidas. La sociedad colombiana debe respaldarlas monolíticamente en estos momentos, con miras a alcanzar la paz y recuperar la soberanía nacional en todo el territorio colombiano.
El papel de las Fuerzas Armadas en un país con un sistema democrático, amenazado en las ciudades por los agentes de la subversión es fundamental y necesario. Pretender politizar las Fuerzas Armadas o policiales en tales circunstancias es un recurso peligroso y contrario a esas instituciones que en el caso colombiano son baluarte de la democracia.
La misión más importante que pueden cumplir las Fuerzas Armadas y policiales en el siglo XXI es contribuir al desarrollo productivo de la periferia y en restablecer la unidad nacional.