Nuestra región va del flujo y reflujo de la democracia a la oclocracia, como las mareas que unas veces se tornan normales y otras tempestuosas. Ya Polibio, historiador de la escuela aristotélica, señalaba seis etapas cíclicas de la evolución de la democracia, dentro de lo que denomina la anaciclocis, que se desarrolla en seis etapas, según las condiciones locales del gobierno.
Inicialmente es Monárquico cuando el poder lo ejerce una testa coronada. Tiranía, se da cuando surge un usurpador que actúa como dueño del poder y la voluntad de todos. Aristocracia, cuando el poder lo asumen los mejores e beneficio de la comunidad. Oligarquía cuando el poder es ejercido por un grupo privilegiado y exclusivista que no tiene otro móvil distinto a la codicia y el enriquecimiento personal. La Democracia, es dable donde las decisiones de gobierno son tomadas por el pueblo al legitimar al gobernante. Oclocracia, irrumpe cuando las decisiones no las toma el pueblo sino la muchedumbre, que se mueve en medio del caos, la desinformación y la manipulación, como por las iniciativas que toman pequeños grupos de agitadores y demagogos. Los enmascarados más peligrosos no son los que señalan los videos de la policía, sino los inspiradores del caos que se agazapan en la oscuridad.
Esa división clásica no se da pura en todos los casos y coexisten modelos diversos, que luchan entre sí por el poder, más corresponde a la dinámica de la evolución social del hombre que en miles de años de historia tiene similitudes asombrosas. Cuando el poder cae en manos de la oligarquía, la sociedad se corrompe y se gobierna para llenar las alforjas de los poderosos a costa del empobrecimiento de los más, incluso, modernamente de sacrificar los ingresos de la clase media, sostén natural de la democracia occidental.
En los últimos años Colombia ha tenido cierta estabilidad relativa, más a partir de la Carta de 1991, se debilitó en gran medida el poder Ejecutivo, que no nombra alcaldes ni gobernadores, ni tiene las facultades de los gobernantes bajo la Constitución Nacionalista de Rafael Núñez, que podía cerrar el Congreso, lo mismo que una gallera y declarar turbado el orden público y gobernar por decreto. Tampoco puede nombrar al Fiscal General, que es responsable en gran medida del exitoso imperio de la ley en el país.
La Constitución de 1886 estableció un orden democrático en Colombia y pese a los levantamientos en su contra, después de la Guerra de los Mil Días, nos brindó las primeras décadas de paz en el siglo XX. Allí se consagraba el cesarismo Bolivariano en democracia que le permitía al gobernante asumir poderes discrecionales temporales para restablecer la paz o la tranquilidad pública, como defender la vida y la propiedad de los ciudadanos, como su seguridad en las calles o en tiempos de guerra. Para Polibio, el más malsano de los sistemas posibles es el de la Oclocracia o degradación del uso del poder por los peores elementos de la sociedad.
Ese esquema trazado por Polibio se reconoce al repasar la evolución social y política de nuestros pueblos, donde el avance de la Oclocracia se da en varios países de la región y en Colombia lo hemos tenido en cierta forma soterrada en algunos gobiernos locales. La izquierda, digamos que, por ahora, moderada o no violenta, gana en parte las elecciones en las grandes ciudades del país donde se juegan los votos del 70% de los colombianos, así muchos de ellos se abstengan de votar. Más no les basta con obtener tan promisorios resultados, pretenden avanzar al gobierno oclocrático y por ahora a la cohabitación, forzando con las muchedumbres de que hablara Plibio, el derrumbe de la legalidad oficial, para torcer el brazo del Presidente Iván Duque, y obligarlo a gobernar en contra de sus principios democráticos. Nada mejor que utilizar a los estudiantes, a los inconformes, a los desempleados, a las amas de casa cuyo presupuesto no alcanza para aliviar el hambre de sus hijos, para que marchen por las calles de nuestras ciudades.
Es en el asfalto de las ciudades que irrumpen los grandes movimientos de masas y los cambios bruscos de poder. Es en parte el origen del triunfo de la Revolución Francesa, de los partidos burgueses europeos, del proletariado comunista en Rusia, como de la irrupción del fascismo que los enfrenta en las calles y en la II Guerra Mundial, lo mismo que de la primavera árabe.
Aquí la izquierda se impacienta y no le basta con adquirir predominio en las grandes ciudades, la muchedumbre marcha para propiciar el desorden y algunos beneficios justos y razonables, como medir fuerzas con la autoridad y conmover la opinión, con la idea de forzar al gobierno de Iván Duque a desertar de sus compromisos históricos de campaña con el orden, que le dieron el triunfo. Pretenden que se ponga el gorro frigio a la manera de Luis XVI, para después sacrificarlo, que disponga del presupuesto y lo ponga al servicio de la demagogia. No lo van a conseguir, la mayoría de los colombianos estamos por el orden y somos muchos, millones y millones.