La fauna de políticos ladinos y algunos particulares abandonan el barco de Donald Trump. Argumentan que el Presidente debiera ser más discreto, menos camorrista y más contemporizador. La diplomacia, dicen, debiera ser silenciosa y moverse debajo de la mesa, a cargo de diplomáticos especializados. No pocos, dentro y fuera de su país, reconocen que preferirían un mandatario un tanto ausente y más decorativo, que gobierne lo menos posible.
Lo curioso, más no debe sorprender a nadie, es que a muchos de los que siguen a Trump, precisamente, lo que más les seduce es su estilo, propio de un exitoso hombre de negocios de Nueva York, donde juega el capitalismo salvaje. Lo mismo que les parece mejor que hable con franqueza, que diga lo que piensa y cumpla sus promesas, siendo que el conflicto geopolítico sigue y es gigantesco.
Joe Biden, en menor grado, por su manera de ser, un zorro político, se mantiene calmo en medio de la tormenta, los vices suelen ser discretos y evitar el protagonismo; hoy es el primer actor, bajo presión de la izquierda. Como presidente electo, en la medida que los sectores radicales de derecha lo identifican con la tendencia a modificar las bases mismas de la sociedad, una ola de indignación de ese sector tiende a confrontarlo, más cuando algunos sostienen que en las elecciones hubo fraude; lo que continuamente afirma Trump, desde cuando poco después de la medianoche se declaró ganador antes de irse a dormir, pese al dicho que el día de elecciones no se duerme.
Precisamente, por eso, se corre el riesgo de un cambiazo de votos. Sin embargo, en la segunda elección del Senado de Georgia, donde todos nos desvelamos, se repite la historia, al final ganan los senadores demócratas, con los rivales pisándoles los talones. Unos dicen que la elección fue limpia, otros que un programa manejado desde el exterior intervino para favorecer a los demócratas, sin pruebas. Veamos, en realidad, el mayor obstáculo de Trump fue la pandemia, hasta entonces por el éxito económico se le veía reelegido. Hoy, Trump insiste en el fraude, pide tranquilidad a los suyos y no asistirá a la posesión de Biden, mientras otros claman que sea defenestrado del gobierno.
El triunfo de los demócratas en Georgia les da el control del Congreso, en especial del Senado. En consecuencia, es posible que la Corte Suprema de Estados Unidos, que a pesar de las denuncias de Trump se negó a abrir proceso por fraude en las elecciones, muy seguramente con sobradas razones jurídicas y lógicas, como lo sugirieron durante la campaña los jefes demócratas, será reformada con miras a salir de la mayoría de jueces de tendencia conservadora. Si eso ocurre, la grieta de la división radical entre los dos grandes partidos se hará insalvable. Puesto que esto podría significar que se aplica un cambio de modelo que afectaría la vida de todos los estadounidenses. Quizá ese es el punto más delicado de los que será el gobierno demócrata.
Los partidos políticos de esa potencia no deben confundirse con los conservadores y liberales colombianos, puesto que allí los que liberaron a los esclavos fueron los republicanos, así como en ambos partidos existen sectores retrógrados y de avanzada.
Los enemigos de Trump lo acusan de instigar a una suerte de golpe de Estado con el asalto al Congreso. No hay tal. Se trataba de dar apoyo popular a los legisladores republicanos para que exigieran que legalmente se investigara el supuesto fraude, por lo menos con una demora de la credencial presidencial por diez días, con las consecuencias lógicas. Pese a que el famoso litigante Guliani hizo mutis por el foro. La marcha al Congreso fue una protesta pintoresca y tumultuosa, que capitaliza el descontento de los radicales y produjo, en la confusión, varios muertos de civiles desarmados y un policía. Lamentable, tuvo efectos contraproducentes para los republicanos en el Congreso. Están por conocerse las investigaciones respectivas. Hacemos votos por cuanto los Estados Unidos se mantengan como faro de la libertad y la democracia.