Uno de los entuertos que oscurece la política colombiana es la ausencia de memoria histórica en la mayoría de los protagonistas y observadores de la misma. Esa carencia de sentido histórico debilita la acción de los dos partidos tradicionales, sin compromiso aparente con su doctrina, lo que en momentos cruciales de desafío de las fuerzas del caos y revolucionarias es un lastre. No pasa lo mismo con el Centro Democrático, donde Álvaro Uribe sigue como jefe indiscutible, dentro de reconocidos parámetros democráticos.
Gustavo Petro ganó las elecciones y arribó al poder, lo que no quiere decir que recibió un cheque en blanco para ejercerlo de manera omnímoda, ni dictatorial, mediante el expediente de gobernar a capricho arrancando poderes especiales en el Congreso a la coalición de gobierno que se mantiene con un apoyo del 70%. Y se da el lujo de sostener ministros citados a moción de censura, pese a su incapacidad para ejercer el cargo. La democracia colombiana es tan vieja como nuestra tradición republicana, que arranca con la creación de Colombia y la consagración del Estado democrático conseguido por el Libertador en Angostura y ratificado en Cúcuta. La democracia es un patrimonio de los colombianos y se reconoce que Colombia es tierra estéril para las dictaduras.
Corresponde a las altas cortes defender el equilibrio democrático e impedir que el poder presidencial se desborde, pretendiendo asumir roles y funciones que no le competen. El tema de demoler el sistema de salud, que se presta con eficacia a 48 millones de colombianos, so pretexto de las carencias de ese servicio en las zonas más apartadas y sumidas en el horror de la violencia, es importante y se deben buscar soluciones eficaces. Más no podemos olvidar que el problema de fondo de la carencia del servicio a los colombianos que habitan esas regiones apartadas y en gran parte bajo control de la subversión, radica en la ausencia del Estado. Ausencia que hoy es más grave en cuanto las Fuerzas Armadas no ejercen allí sus funciones por falta de apoyo de la cúpula gubernamental, en tanto se prosigue con la idea de alcanzar la paz total.
El atraso de la periferia se debe a múltiples factores, en especial al olvido oficial y al poder de los violentos, los cuales de manera sistemática volaron hace décadas las sucursales de la Caja Agraria y las estaciones de Policía, cuando esta última enfrentaba bombardeos con bombonas de gas, pólvora y metralla. No le interesaba que las poblaciones progresaran, querían mantenerlas en el atraso y casi que, en la esclavitud, puesto que en esas regiones la voluntad de los violentos se cumple a rajatabla o se muere. El cuero de esa tierra rica en minerales y toda suerte de posibilidades de desarrollo habilitando sus ríos, fomentando bosques, ha estado sangrando en medio de la indolencia de una gran parte de los dirigentes colombianos.
En vano hemos sugerido en diversas oportunidades la abolición de la circunscripción nacional para elegir senadores, señalando que se ha convertido en un sistema perverso que impide el soplo redentor de la democracia llegue a esos territorios, en cuanto esta población que es la que más necesita defensores de sus intereses en el Congreso, carece de representación en el Senado de la República, lo cual es inequívocamente contrario al más elemental compromiso democrático. Lo que ameritaría una reforma constitucional de alto vuelo, que no le interesa a los politiqueros de turno, acostumbrados a la compra de votos para llegar al Congreso. En fin, no se nos escapa, que, para conseguir tan loable empeño, también, se requiere conseguir la paz.
Más como se necesitan soluciones prontas y eficaces, mientras se recobra el predominio del Estado en esas zonas, es preciso insistir en la acción cívico militar. Si realmente queremos la paz y hacer desarrollo, se puede llegar a acuerdos con los violentos para que brigadas de paz, con médicos y enfermeros asistan a la población, también permitir salir a los enfermos y que, en helicópteros y aviones militares, sean llevados a los hospitales de nuestras ciudades.
Pretender de manera dictatorial e irreflexiva, construir grandes centros hospitalarios en zonas donde se carece de carreteras, donde ni el Ejército, ni la Policía pueden ingresar, no pasa de ser un disparate de inspiración dictatorial. Por lo mismo, es preciso que los anticuerpos del sistema democrático reaccionen, que en el Congreso los partidos tradicionales recobren la razón de ser y respeten los principios democráticos.