Vengo leyendo ad portas de los días santos el texto de Fernando Cepeda Ulloa, editado por Cuellar Editores, Conflicto y Paz. Se trata de un análisis sobre el tema con fundamento en los textos -conocidos y también poco conocidos- al respecto de los negociadores. En la primera página de su escrito se refiere a los acuerdos de paz entre liberales y conservadores al finalizar la Guerra de los Mil Días, cuando ambos partidos se comprometen a renunciar al uso de la violencia para resolver sus diferencias. Sin profundizar en el tema. Lo cierto es que en esa oportunidad el gobierno conservador gana la guerra y bajo la tutela de los Estados Unidos, acuerda la paz. Lo mismo que la paga de 100.000 fusiles que Washington le fio y suministró a los rebeldes liberales.
Por entonces, en el país del Norte bajo el influjo del almirante Alfred Majan, autor del ensayo de geopolítica el Destino Manifiesto, se fraguaba el esfuerzo por expandirse y convertirse en potencia mundial, que comprendía entre sus objetivos Panamá. Entre tanto aquí estábamos en guerra, por cuanto los caudillos liberales querían volver a la Constitución de Rionegro, el federalismo disolvente y el libre cambio, junto con el predominio de manejar los dineros públicos en la banca privada.
Como los radicales no podían derrotar electoralmente, ni políticamente, la coalición del Partido Nacional, entre conservadores y liberales independientes, forjada por Rafael Núñez y Carlos Holguín, apelaban a las armas por involucionar la vida colectiva, sin pensar que el modelo rionegrino estaba agotado y derrotado. Tampoco se dieron cuenta en ninguno de los bandos antagónicos que el país quedaba tan postrado por la guerra, que quitarnos Panamá sería como arrebatarle un juguete a un niño enfermo.
Alguna vez, en el diario oficial, tuve la oportunidad de leer en la Biblioteca Luis Argel Arango de Bogotá, el discurso del presidente Manuel María Marroquín, que me sorprendió por su elocuencia y nobles arrebatos liricos. No lo volví a ver editado. Habría sido un buen preámbulo para el libro del distinguido catedrático, diplomático y politólogo, Fernando Cepeda. Puesto que, parafraseando a Marroquín, se ganó la guerra y se perdió Panamá. Según carta a un amigo del general Pedro Nel Ospina, cuando él saliendo de la clandestinidad, acudió a ofrecer su espada al servicio del gobierno, Marroquín le dijo: no te preocupes perdimos Panamá, pero recuperé un amigo.
Lo cierto es que en 277 páginas el autor abarca la experiencia de las negociaciones desde 953 a 2016. Primero con Rojas Pinilla, sigue con el proceso de paz que da origen al Frente Nacional. Avanza en el estudio de la acción diplomática de Julio César Turbay para liberar a los secuestrados en la embajada de la República Dominicana. Alguna vez uno de esos estudiosos bien informados me comentó que quien dirigió la negociación tras bambalinas para solucionar pacíficamente el secuestro fue Alberto Lleras Camargo. Comenta las negociaciones de paz de Virgilio Barco con el M-19, y otros grupos subversivos sin mencionar su aporte, ni tampoco el manejo que se dice que tuvo en las negociaciones de Cesar Gaviria con los alzados en armas.
Es evidente que prefiere conservar la neutralidad, rigurosamente académica, en la introducción del mismo se adentra en las negociaciones entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos, para hacer algunas observaciones objetivas. Recuerda que “el proceso de paz se inicia en el 2010, en tres etapas, una secreta que duró dos años; una etapa exploratoria, que tuvo lugar entre el 23 de febrero y el 26 de agosto de 2012 en La Habana y que desembocó en el Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Allí sostiene que, en síntesis, cada gobierno colombiano -desde1978- ha tenido su propia agenda de paz.
En otro aparte sostiene que Santos tuvo la habilidad en el Consejo de Seguridad, de no dejarse encasillar y que el conflicto interno no entrara a formar parte del orden del día de ese organismo, sin que ocurriera lo mismo durante el gobierno de Andrés Pastrana. Así sucesivamente, con disciplina rigurosa, trata la secuencia de la negociación y la guerra en Colombia. Recuerda algo elemental: “La amnistía es una de las herramientas para ponerle fin a un conflicto armado. Mario Aguilera afirma que en el siglo XIX y XX, se han aprobado 63 leyes de indulto y 22 amnistías”.
En estos tiempos que celebramos el Bicentenario de la Independencia es de recordar que el joven coronel Simón Bolívar, de 29 años, en su Manifiesto de Cartagena, recuerda que era tal la filosofía ilusa de la Primera República de Venezuela que a cada insurrección se producía un nuevo perdón, lo que debilitaba el Estado en grado sumo. Y esa es la historia que se repite, una y otra vez, en Colombia.