Álvaro Gómez, como suele ocurrir con aquellos hombres que piensan en política con el deseo, la voluntad de influir en provecho de la sociedad y en elevar las condiciones del pueblo en lo cultural y material, cuando hace la disección del Régimen se adentra, sin proponérselo, en los territorios de la biopolítica que había planteado teóricamente Michel Foucault, por los años setentas en sus famosos cursos en el College de France. El estadista colombiano entiende que con un cambio de gobierno nada se gana, puesto que el Régimen sigue dominando los centros de poder.
Álvaro Gómez, por esos mismos días, no está por un golpe de Estado. Él tenía un influjo inmenso en la oficialidad joven de nuestras Fuerzas Armadas y en los altos mandos, más entendía que había que depurarlas y modernizarlas para hacerlas más eficaces en la lucha contra los grupos armados que desafían al Estado y controlaban en ese momento el 70 por ciento del territorio nacional. No solamente se debían limpiar los establos del Régimen, sino los del estamento castrense. Su propuesta se incubaba y pensaba hacerla en un escenario propicio para crear una poderosa fuerza especial de tareas antisubversivas con los mejores elementos de las mismas, estudiaba darles más autonomía y poder con un valioso componente cívico-militar, capaz de ganarse al pueblo en las zonas rojas, factor esencial para ganar la guerra. Ganar la guerra era la meta fundamental, puesto que así se conseguía romper con el esquema histórico colombiano negativo: levantamiento subversivo -guerra de baja intensidad- negociación: perdón a los criminales y beneficios económicos, con malos arreglos de paz que conducían directamente a futuros levantamientos.
Pero la guerra que más le interesaba era la de liberar a Colombia del atraso, la de promover el desarrollo en áreas industriales estratégicas, lo mismo que impulsar la agricultura y la explotación inteligente de nuestros recursos en las zonas de la periferia del país. Coincidía con los desarrollistas del Brasil en la necesidad de recuperar el orden, convocar las energías nacionales al servicio del país y generar riqueza, sacar a millones y millones de seres de la pobreza espiritual y material.
En alguna de sus intervenciones al respecto decía: los políticos del Régimen, interesados en ensuciar la política, no se sonrojan con los escándalos ni las denuncias que suelen terminar en la nada, puesto que les interesa que la gente de bien no entre a competir con ellos por el poder; quieren tenerlos como espantados y alejados de la competencia proselitista. Por lo que en la medida que el Régimen se fortalece y copa las distintas instancias del Estado en sus diversos poderes, la política se degrada cada vez más. Y es esa degradación en la cual se negocian y malbaratan los recursos nacionales, saquean el tesoro público y destrozan, también, las posibilidades de elevar las condiciones de vida de los colombianos y de promover el desarrollo y el crecimiento cultural, lo que conduce no solamente a la ruina moral, sino económica y social del país.
Álvaro Gómez, sin proponérselo, en el quehacer activista del final de su parábola política coincide con Foucault, en la necesidad de desenmascarar el Régimen, no en el salón de clases donde se ocupaba del saber, sin mezclar a sus discípulos en la discusión partidista, sino en la gran aula de la opinión nacional desde la cual lo desafía. Sin proponérselo, por esa disección que hace de las fuerzas disolventes que se han apoderado de los círculos de poder de la política se enfrenta a las fuerzas oscuras más disolvente y peligrosas de los sectores criminales y violentos al servicio del Régimen, dentro y fuera del gobierno.
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