La batalla del Portete de Tarqui, librada cerca a Cuenca, es de las más decisivas que se han librado en la historia de Hispanoamérica. Mañana se cumple otro aniversario de esa memorable gesta de las armas nacionales (27 de febrero de 1829). Sea la ocasión para interpretar su significado. Dirige las tropas colombianas el mariscal Antonio José de Sucre, nombrado por el Libertador Simón Bolívar para defender la integridad de Colombia, la Grande, que peligraba por cuenta de la discordia política y el herido sentimiento realista de una importante porción de los habitantes del sur del país hostiles a la a política de Independencia. Al tiempo que en Venezuela se extendía el separatismo aupado por los adictos de Páez y el descontento generalizado. En Bogotá se conspira y las potencias atizan la discordia para reducir a los colombianos a sus antiguas fronteras granadinas.
Desde el momento en que el Libertador anexa Guayaquil a Quito, el posterior viaje del General San Martín al importante puerto y el encuentro con Bolívar, pierde el efecto positivo que esperaba el Libertador argentino de convertirse en el héroe del Perú, cuando Buenos Aires le retiraba su apoyo. Así que Bolívar y Sucre determinan la libertad del resto de América del Sur, campaña militar que se cristaliza en la Batalla de Ayacucho, en donde el mariscal Sucre derrota a los vencedores de Napoleón y a uno de los ejércitos más heroico y mejor organizado y armado de su tiempo. La América llegaba a su mayoría de edad y ya no sería sometida por europeos con la misma facilidad de los tiempos hazañosos del Almirante Cristóbal Colón. Sucre entendía que la inteligencia y las armas igualaban a las naciones.
El Perú, al salir de la coyunda paternal que ejerció Bolívar como Libertador y gobernante, intenta apoderarse de Bolivia, por lo que se urde una conjura contra Sucre que gobernaba dicho país, creado por él y bajo la autodeterminación que dispuso de sus habitantes, quienes prefirieron ser una nación independiente a volver a ser parte del Perú o ingresar a las Provincias Unidas. Sucre le comenta a Bolívar que los amoríos con la seductora esposa de Gamarra le han costado sangre. Se especula con el incidente que protagoniza Manuelita Sáenz, con su bella rival, cuando casi la sorprende en la recamara del Libertador en el palacio de La Magdalena, en Lima, la que sale a las volandas del lugar olvidando los zarcillos de diamante que quedan como mudos testigos de su affaire con el héroe. Lo mismo que los rasguños que le causa Manuelita a su amado en el rostro, escándalo que determina postergar la instalación del Congreso en Lima.
Gamarra era un recio militar y audaz político cuyo resentimiento contra Bolívar y Sucre crecía con el tiempo, por lo que financia una conjura político-militar contra Bolivia, en 1828, para derrocar a Sucre, someter el país a la voluntad peruana y lavar su honor. Por poco le cuesta la vida a Sucre el asalto de los invasores y golpistas. Mal curado de sus heridas al poco tiempo abandona el país, lejos de quedarse como dictador a perpetuidad como lo indicaba la Constitución Boliviana. Sucre le había explicado a Bolívar que un sector de los peruanos consideraba a sus tropas como de invasores y conquistadores, puesto que muchos de ellos eran confesos realistas.
En Lima se habla de recuperar el influjo del Imperio de los Incas, por lo que debilitar la Gran Colombia es clave. Informados del ocaso de Bolívar y la enfermedad que lo consume en Bogotá, calculan apoderarse del sur desde Cuenca y parte de la actual Colombia, incluso con apoyo de algunos de los habitantes, comandan a los peruanos los generales José de La Mar y Agustín Gamarra. Éstos no contaban con la inspiración del Libertador, quien de inmediato apela a Sucre que está en Quito y lo nombra comandante en Jefe de las tropas que deben salvar la integridad y el honor de Colombia.