Pese a los anuncios y esfuerzos del presidente Gustavo Petro, en el sentido de alcanzar la paz total, por la que desde antes de asumir el poder entró a negociar con casi todos los grupos violentos, entre los que se destaca el Eln por su potencia bélica, expansión en el país y en el exterior, la realidad de la geopolítica de la violencia en Colombia ha determinado lo que, desde antes de la fundación de la República destacó el Libertador Simón Bolívar en su famoso manifiesto de Cartagena, donde explica que la debilidad de los sucesivos gobiernos de Venezuela determinaba el perdón de los sediciosos, que facilitaba que se volviesen a levantar o que otros los imitaran perturbando la precaria paz. Así mismo, la pasividad con la que siguió Caracas el levantamiento realista en Coro, determina que esa pequeña ciudad, termine por derrocar el gobierno independentista.
Es lo que viene ocurriendo desde hace décadas entre nosotros: se amnistía a unos subversivos y otros siguen en el entramado de la violencia, a la espera de lograr sus objetivos o de conseguir una amnistía y poder reintegrarse a la vida civil con notables ventajas, como ha ocurrido en diversos gobiernos y pasó con las Farc. Pareciera que los subversivos no apreciaran los conceptos de Fidel Castro, ni de Hugo Chávez, en el sentido que la vía al poder no es en estos tiempos la de las armas, ni valoraran lo suficiente que Petro llega al poder por la vía electoral.
El problema desde la visión geopolítica es grave, en cuanto el Estado colombiano no ejerce soberanía en todo el territorio y se considera que el 70 por ciento del mismo se encuentra desde el punto de vista estratégico e influjo sobre la población, en manos de los violentos. El ataque del Eln contra unos jóvenes soldados mientras dormían, tiende a demostrar que lanzan un mensaje en el cual quieren significar que ellos son los dueños de la zona y que pueden hace lo que quieran con la industria petrolera. La que hoy sufre el doble ataque de los terroristas y del gobierno que pretende abortar la explotación de crudo, algo que es como un suicidio en materia financiera, por cuanto por esa vía ingresan grandes recursos que se emplean para pagar deuda externa, gasto social y otras necesidades del Estado.
Más absurdo cuanto se prefiere aumentar en exceso los impuestos a la gasolina, lo que atenta contra el bolsillo de los colombianos, eleva los precios del transporte de todo lo que se importa y exporta, en algunos casos de manera ruinosa y afectando más a los pobres, dado que el pueblo termina pagando precios más altos.
Pareciera que el gobierno ha sido un tanto iluso en cuanto a las intenciones del Eln de ingresar a la paz total, puesto que ellos han anunciado en diversas oportunidades que no están dispuestos a dejar las armas, en caso de prestarse a los diálogos de paz. En parte, la decisión unilateral del gobierno del cese al fuego ha tenido relación con el propósito de ablandar la postura de los que no están dispuestos a ceder, sino más bien sacar ventajas para controlar desde el punto de vista estratégico más territorio. Como saben los entendidos, el Eln controla gigantescas zonas de la frontera de Norte de Santander al Pacifico, como en el vecino país y ese influjo se expandió favorecido por el cese al fuego unilateral del gobierno.
Además, el ataque que llevó al luto y el dolor a las familias de los soldados, es de contera un golpe a la conciencia de los colombianos para demostrar que la fuerza no es únicamente del Estado sino de los que portan el fusil.
Por su parte, frente a la barbarie de esas muertes de jóvenes que cumplían su servicio militar, de las madres que lloran a sus hijos, el Eln dicen que toda muerte es dolorosa, equiparando la de los suyos a la de los soldados. Es posible que los subversivos estén repitiendo el error del “Mono Jojoy”, quien llegó a creer que podía ganar la guerra contra el Estado colombiano y terminó muerto en el intento. Más, al mismo tiempo, es de reconocer que la moral en los soldados de Colombia ha bajado, temerosos de la falta de respaldo del Estado y la sociedad, siendo agredidos casi a diario por las turbas, los violentos y grupos de agitadores indígenas, en un proceso creciente de degradación y desmoralización de las Fuerzas Armadas que, en últimas y por paradójico que parezca, son las que en casos como éste de barbarie pueden salvar la civilización.