El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pretende enfriar las relaciones con España, desde cuando exigió al rey Felipe VI que pidiese perdón a México por las aventuras y depredaciones de Hernán Cortés y el puñado de valiente que arribaron a su tierra e introdujeron la cultura occidental, donde chocan con los guerreros y habitantes del imperio de los Incas, entre los más avanzados, con un calendario superior en exactitud al gregoriano, más con prácticas alucinantes de barbarie como el crudelísimo sacrificio de jovencitas adolescentes.
AMLO no se detiene a reflexionar que ni los españoles ni los hispanoamericanos de hoy tienen que ver directamente con el asunto, puesto que no pocos de cuantos arribaron al denominado Nuevo Mundo fueron personas pacíficas que se mezclaron con los naturales o después retornaron a España. El predominio hispánico en la región de esos aventureros no fue el de un ejército, sino de elementos del común, que venían a comerciar, convertidos algunos en guerreros por las circunstancias.
El Imperio Español en América sobrevive hasta cuando, unidos, criollos y españoles lo defienden. Sin la Malinche y los indígenas locales, sin los predicadores católicos, sin los caballos y mastines, que apoyan a Cortés, no habría sido posible que un puñado de valientes se impusieran a los guerreros aztecas, ni a los millones y millones de nativos, quienes, según el estamento religioso local, por leyendas ancestrales, consideraban inevitable la derrota frente al endiosado invasor. Además, ese complejo tema lo trató a fondo don José Vasconcelos, en sus magníficos escritos sobre la historia de México.
AMLO no lo ignora, es un político informado y culto, el cual mezcla el confuso pasado con el presente, para hacer demagogia y denunciar a sus antecesores en el poder. Sobre la relación con España, dice: “Ahora no es una buena relación. A mí me gustaría que nos tardáramos hasta que se normalizara”. El presidente mezcla lo primigenio con lo actual y dice que existe “una promiscuidad económica y política en la cúpula de los gobiernos de México y España como tres sexenios seguidos” y “México se llevaba la peor parte, nos saqueaban”. Ambas partes comparten la dolosa responsabilidad. “A mí me gustaría que nos tardáramos hasta que se normalizara. Hacer una pausa que yo creo nos va a convenir a los mexicanos y a los españoles”.
A primera vista varias premisas no concuerdan: no se puede comparar el cobarde latrocinio de los tránsfugas camaleones de la corrupción internacional de hoy con la hazaña del insigne héroe Cristóbal Colón, quien al arribar al Nuevo Mundo unifica el globo; ni a los corruptos nuestros, ni con los millones y millones de nativos que dieron origen al mito del buen salvaje.
AMLO, en lo que si tiene razón, es que a veces los negociantes y políticos locales son más corruptos que los negociantes foráneos o tal para cual.
Para no embarazar al lector con datos sobre los escándalos y negociados en México, con políticos y empresarios españoles, es de aclarar que en ambos bandos se cuenta con elementos respetables y piratas de las finanzas. Veamos un caso nuestro, que tiene a los colombianos informados en ascuas por un escándalo de esos que denuncia el gobernante mexicano.
La Registraduría Nacional firmó un contrato en tiempos navideños con la empresa española INDRA, supuestamente vinculada al fraude chavista en Venezuela y en algunos Estados de Norteamérica, en las elecciones pasadas. A esa empresa, sobre la que se tejen graves sospechas e interrogantes, se le otorga en Bogotá un contrato por 1,2 billones de pesos, por un software que va consolidar los datos de los formularios E-14, que manejan los jurados de votación para el conteo de los votos. En muchos países con un software adulterado se han robado las elecciones. ¿Acaso, el monto del contrato supera de lejos el costo de esos servicios y el sistema acordado podría favorecer el fraude? El señor registrador Alexander Vega, quien sin explicaciones acaba de destituir a medio centenar de colaboradores, tiene la palabra para aclararle el entuerto a los colombianos, refutar o reconocer las acusaciones.
Ojo: Desde los tiempos remotos de la Atenas de Pericles, sabemos que sin elecciones limpias sucumbe la democracia.