La vida de los colombianos transcurre dentro de lo aparentemente normal, con tapabocas y la continua incertidumbre en medio de los rigores de los efectos negativos del covid-19, que suele acaparar el grueso de la información en los medios de comunicación. En cuanto a las vacunas se refiere, junto con el sistema de salud público y privado, ha resultado efectivo el esfuerzo oficial por cubrir el mayor número de personas.
No se puede decir lo mismo del Congreso de la República, cuyas sesiones virtuales y el manejo de la situación, con raras excepciones, ha resultado inferior al desafío. El gobernante Iván Duque enfrenta brotes de insurrección y guerra civil en las zonas periféricas del país y que vienen extendiéndose a las zonas urbanas, hasta desafiar la sociedad y las fuerzas militares en casi todas partes, donde casi a diario mueren los héroes de la patria, lo mismo que con diversas tensiones en las fronteras porosas, sea con Venezuela, Ecuador, Panamá, Brasil o Nicaragua.
Por supuesto, la sociedad miope y anestesiada, como embrutecida por el aislamiento del covid, desilusionada con la caída de sus niveles de vida y el malestar general en casi todos los estratos, se refugia en las redes sociales y el anonimato para expresar sus inquietudes y temores. Los subversivos colombianos reciben entrenamiento de terceros países, así como tenemos los multimillonarios negocios con los ricos minerales que aquí se explotan en la clandestinidad y salen lo mismo que la droga por nuestras fronteras, produciendo jugosos dividendos.
Los problemas de Colombia se agravan y acumulan en el día a día al no ser resueltos de raíz. Al mismo tiempo, ayer como hoy, se lanza la consigna de que todos los estamentos políticos están corrompidos. Aquí también tenemos políticos intachables y magistrados respetables, que le sirven con dignidad y efectividad al país. Esos deben ser respaldados por el público. Yo diría que, matemáticamente, los violentos y corruptos son minoría absoluta en el país.
Lo mismo se aplica a los subversivos y alborotadores, que son los que más gritan, lo que no quiere decir que sean mayoría. Lo que pasa es que la alta política la abandonaron los grandes talentos de este país, en cuanto no se lucha por ideas sino por la partija burocrática. Lo mismo que la Carta Política al querer fortalecer la supuesta representación nacional en el Senado, convirtió la lucha política en una danza de los millones para comprar votos y seducir electores.
Con el cuento de las coaliciones entre grupos dispares o antagónicos se anarquiza más la política y se confunde al elector, que es lo único que faltaba para consagrar la decadencia en un momento de la vida pública donde prevalece la tendencia a seguir a las medianías. También las faldas asustadas comienzan a sumarse a Gustavo Petro, un mal imitador de los grandes políticos que ahora imposta la voz y visita al Papa, en tanto algunos políticos del establecimiento comienzan a cambiar de camiseta y acomodarse con la izquierda, como el ganado dócil que sigue al amo que lo conduce al matadero...
Para derrotar a Petro debemos superar las fronteras partidistas, al convocar cuanto antes a todos los partidos y la sociedad civil a la creación de un Frente Nacional anticomunista, que no lo manipulen las encuestas, capaz de cambiar el centro político de gravedad y llegar al poder a fortalecer el Estado, cuyo gobernante sea como un capitán de barco con absoluta capacidad de maniobra al servicio de todos los pasajeros, libre, resuelto y audaz, con la noble misión de llevar la embarcación a buen puerto.
Un gobernante que se inspire en la alta política y que no subordine su función a la economía, sino que ponga la economía al servicio de sus proyectos, que defienda nuestros intereses frente a la banca internacional y las altas finanzas, que dando prelación a la política convoque de inmediato una constituyente con miras a fortalecer el Estado para enfrentar las turbulencias del siglo XXI.
Ese milagro, que no es un delirio, se lograría con la unión monolítica de las derechas en el país contra el comunismo, en defensa de la libertad, la justicia y la democracia. El sabio arreglo político se hace antes y no después de que ocurre la tragedia que se pudo evitar con sabiduría, desprendimiento y grandeza de las partes.