Por cuenta de la mentalidad política que heredamos del Frente Nacional, bajo el influjo de compartir el poder y la cohabitación, que se mantiene en varios aspectos a nivel nacional y regional, determinan que la acción de gobernar y la de la oposición a veces se confundan. Con el presidente Iván Duque, tras ocho años de estar en el asfalto, llega la oposición al poder. Lo normal sería que se asumiera el hecho político a plenitud. Por su estilo moderado y sutil el presidente Duque, inicialmente, ha preferido contemporizar y ser afable con todos, dentro de una propuesta convergente a favor de un acuerdo nacional, como tantas veces lo propuso Álvaro Gómez. Tengo la impresión que esa actitud presidencial ha caído bien en la opinión pública. Lo que no impidió, como se sabe, que el presidente del Congreso, Ernesto Macías, informara sobre el Estado de la Nación al asumir el poder. Esa es la democracia en acción.
Al mismo tiempo el presidente Duque, por intermedio de la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, ha presentado una serie de propuestas al Congreso para combatir la corrupción, que se suman a otras leyes ya existentes, que bajo su administración serán decisivas en el combate contra ese flagelo. A sabiendas que las leyes por sí mismas no determinan el comportamiento de los hombres, en cuanto es preciso que exista una conciencia nacional y la respectiva cultura por el bien común, la que determina el rechazo individual y colectivo a defraudar los fondos públicos para hacer política. Lo que, a su vez, determina que por sustracción de materia sea innecesario y ruinoso para el erario público ir a un plebiscito contra la corrupción auspiciado por sectores de izquierda interesados en manipular la opinión pública.
Una de las obsesiones del doctor Álvaro Gómez fue conseguir que en Colombia tuviésemos una política de Estado. Por lo que afirmaba en memorable escrito dirigido al corazón del drama nacional: ¨Es tiempo que el país encuentre nuevos caminos en busca de la redención política y moral¨.
“Colombia está cansada de la corrupción electoral, de lo que llaman los candidatos en cuerpo ajeno, clientelismo y las maquinarias endosadas dolosamente. ¨Prepagos y pospagos electorales”
Y continúa el doctor Gómez: “Hace más de diez años expresé mi convicción de la necesidad imprescindible de Imponer el Voto Obligatorio, por cuanto el mal llamado ‘voto libre’ se había convertido de tiempo atrás en un artilugio excluyente, costoso y corruptor, lo mismo en cuanto a la elección presidencial, que la de los gobernadores, alcaldes y miembros del poder legislativo, sin omitir tampoco a los estrados judiciales. Es decir, es una pirámide de arriba hacia abajo”. Y claro: 2Todos ellos están acostumbrados a intercambiarse a través de la compraventa del erario público y de los valores económicos que aseguran su elección. Y todo eso, concluye en la devastación del Presupuesto Nacional y, naturalmente, en el empobrecimiento de la inmensa mayoría de los colombianos”
Consideraba esencial el jefe conservador que para combatir esos males se estableciera un Estatuto de la Oposición, para que los organismos de control democrático estuviesen en manos de la oposición, como garantía de ese ejercicio en nuestras instituciones públicas. Muy diferente su propuesta al Estatuto de la Oposición que surgió de las negociaciones del gobierno Santos con las Farc en La Habana.
Y entraba a analizar a fondo la naturaleza del mal que carcome aún hoy el sistema; “el costo de una campaña para hacerse elegir senador puede sobrepasar los 5.000 millones de pesos, en tanto los emolumentos de los congresistas durante los cuatro años de ejercicio apenas sobrepasan los 1.000 millones de pesos”. Y se pregunta ¿Cómo se recupera esa desgarrada inversión que hoy cuesta mucho más?”
Al final, condenaba a los medios de comunicación por su silencio “igualmente vituperable” en cuanto a la podredumbre “del proceso electoral en sí. En tal sentido, no alcanza el silencio cómplice de los medios de información a ocultar la disociadora gran verdad que nos aflige. En Colombia la abstención electoral supera el 50% o más, habría que fijar como verdaderos electores a la mitad más uno de ellos, es decir algo así como menos del 20% de nuestros ciudadanos. Esa ridícula minoría expósita es el núcleo generador de nuestra clase gobernante. No es justo, ni democrático que los destinos del país dependan de esa absorbente minoría, Además, degradada por la concupiscencia dolosa del poder”. Por lo que sugería, mediante el voto obligatorio, incorporar a ese 60% de los que no vota al ejercicio de sus derechos ciudadanos al igual que usar el recurso de las balotas negras para depurar los partidos políticos.